Pérfida - Relatos Eróticos

Pérfida

... leyenda del Chupacabras, era eso una leyenda. Una historia para que nos portarámos bien.

Estúpida que soy. Me fuí a esconder en el lugar más obvio. Y tardó menos es nada en adivinarlo. El coche a causa del calor me dejó tirada a unos kilómetros de mi destino. Decidí seguir a pié. Por suerte el terreno no estaba preparado para sus coches deportivos de alta gama, así que se apearon y continuaron a pie como yo. Exceptuando el todoterreno que seguía a ese grupo de hombres liderados por esa perra de Nita. Pero me estaban dando alcance.

Si seguía al Norte me esperaba una muerte segura en el frío desierto presa de las alimañas o de despeñarme por una de las grietas que abundan. Eso sí no me alcanzaban. Si seguía al Sur, llegaría al poblado materno, allí podría esconderme, allí mi abuela y los propios lugareños me esconderían. Pero estaba lejos y correr a obscuras por el desierto era peligroso. Si aumentaba el ritmo lo conseguiria.

No lo dudé, fui al Sur.

Díez minutos para que el Astro Rey se ocultara. Pasé por unas cuevas, cuevas que reconocí por explorarlas hace ya muchos años, en mi niñez.

Esas exploraciones no llegaban a unos escasos cinco metros de la entrada, pero que seguían hasta no se sabe donde. Decían que se comunicaban unas con otras, como si fueran un intrincado laberinto subterráneo con muchas entradas/salidas, pero nadie lo sabía con certeza. Nadie lo investigó, el trabajo de pastoreo era esencial así como la agricultura. Sin festivos más que los Domingos para ir a misa. Esa es la vida en el campo.

Seguí corriendo, la mochila me lastraba, en esa mochila guardaba todo lo que es para mí importante. Fotos, recuerdos y algo de ropa. Esa mochila y la fatiga que llevaba tras estar huyendo todo el día hacían mella en mi resistencia, estaba agotada, un esfuerzo más y lo conseguiría.

Mi madre, madre soltera conoció al que es mi padrastro, y al que yo siempre he llamado papá, en una feria local. Enseguida se enamoraron, me aceptó como hija suya sin dudarlo y nos llevó a la ciudad. Él llevaba un "pequeño" negocio. Cuando llegué a esa casa me encontré con un palacio con miles de habitaciones (en realidad eran unas veinte) con unas personas cuyo trabajo era servirnos.

Desde prepararnos el desayuno, hacernos la cama, incluso prepararnos la ropa que llevaríamos ese día.

Pero la educación recibida hacía desesperarse al servicio. Cuando querían hacerme la cama yo ya la tenía hecha.

-Señorita por favor, no se moleste. Tranquila, es nuestro trabajo. Usted prepárese para ir a la escuela.

La escuela, eso si que era una zona salvaje. Allí donde las distintas especies se agrupaban por instinto. Y como instinto, la abeja (mejor dicho zorra) reina se presentó ante mí seguida de su hueste, varias niñas que parecían haber salido de una cadena de montaje.

- Vaya, vaya, vaya. Parece que tenemos carnaza fresca. ¿Como te llamas?

- Maria del Carmen Ábalos. - respondí El marido de mi madre, me había adoptado, me había dado sus ...