1. Pérfida


    Fecha: 21/03/2019, Categorías: Infidelidad Autor: Kaos, Fuente: TodoRelatos

    Veo el sol, rojo intenso, ocultarse tras el horizonte; diez minutos quizá quince antes de que la obscuridad me envuelva y el frío aumente. Espero salir de esta. La oigo. Oigo sus gritos de odio, oigo sus amenazas y oigo como alienta a sus hombres a darme caza. Me siento como el zorro en esas cacerías inglesas, los cazadores a caballo y la jauría de sabuesos ladrando y gruñendo siguiendo el rastro para despedazar al animal.
    
    Vine a esta estepa por puro instinto. Mi abuela materna es de aquí, yo me crié de pequeña jugando y corriendo por estos pedregales.
    
    Mi cuerpo, como ahora, siempre terminaba lleno de rasguños y moratones, pero no nos importaba eramos felices.
    
    Nuestro juego favorito, buscar al Chupacabras.
    
    Según la leyenda de la zona, los Chupacabras son unos seres que cazan de noche. Grandes como osos, quizá más, pero sin pelo. Sólo una piel grisácea, dura como la piedra, que no refleja cuálquier luz que se pueda posar sobre ella. De la parte superior de su lomo unas púas grandes, de diez a veinte según el tamaño y edad, salen como antenas. Esas púas se pliegan a lo largo del lomo y se yerguen al atacar o para comunicarse. Su cabeza grande, acorde con su cuerpo. Y unas orejas parecidas a las de los Doberman, capaces de oír la más leve vibración.
    
    Su hocico alargado como el de un reptil pero con una boca repleta de largos y afilados dientes. Y unas fosas nasales capaz de seguir el rastro de un ratón. Sus ojos adaptados a la obscuridad, carecen de color, poseen pupila e iris, casi podrían pasar por humanos. Y aseguran que si los miras puedes descubrir mientras te devoran en vida que esos seres carecen de alma. Esos seres de leyendas, según mi abuela, podían ergirse llegando a los tres metros de altura. Sus patas traseras musculosas, preparadas para correr largas distancias sobre terrenos abruptos, solo poseen tres dedos con sus tres pequeñas garras más preparadas para afianzarse en el terreno a la hora de correr que para desgarrar. Pero son las patas delanteras, o mejor dicho brazos, las que asustan. Musculosas, con cinco dedos terminados en uñas afiladas, capaces de eviscerar a un buey de un solo tajo. Esas garras con forma de mano humana, son las que realmente dan un aspecto aterrador a estos seres con los que los abuelos nos asustaban para que volviéramos a casa al obscurecer. O al menos que salieramos del desierto pedregoso lleno de cuevas y agujeros donde podríamos caernos por no ver y hacernos daño e incluso perder la vida. Era nuestro Coco. Nuestro Hombre del Saco. Nuestra Baba Yagá.
    
    Los hombres dejaban los cadáveres de los animales, cabras mayormente, en el desierto para que las alimañas no se acercarán al pueblo. Cuando preguntábamos, nos decían que era para que el Chupacabras no se acercará al pueblo y nos raptara para devorarnos. Todos los chiquillos poníamos flores en el cuerpo para adornarlo y que fuera más apetitoso.
    
    En realidad lo hacían como una especie de ofrenda a la naturaleza. Eso lo descubrimos cuando la ...
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