1. La mamá de Joaquín. Cap 1


    Fecha: 28/06/2019, Categorías: Infidelidad Autor: dickson33, Fuente: RelatosEróticos

    Pitu
    
    A joaco lo tuve entre ceja y ceja desde que empezó la escuela. Es nuevo, vino de otro barrio con sus aires de nene de clase media tirando a alta. No me banco a esos chetitos maricones que hablan con palabritas raras, y con un tono, que más que de otro barrio, parece de otro país. Su pinta también es irritante. Rubiecito, peinado con un jopito ridículo, con un arito en la oreja izquierda, con remeritas de marca bien ajustadas y pantalones que ni en pedo se compran en el mercado central. Se cree muy canchero el imbécil. Pero yo le saqué la ficha de entrada. Ese pibe no se la banca. Lo empecé a medir, tirándole bollos de papeles desde el fondo; diciéndole “chetito” cada vez que me dirigía a él; y una vez lo mandé al Brian a que lo apure en el baño. Después me contó que casi lo hace llorar.
    
    Esos pibes nacieron para que los bardeen.
    
    Cuando comprobé que no se la bancaba, no pude evitar ensañarme con él. En las clases de educación física, cuando jugábamos partidos de fútbol, cada vez que él agarraba la pelota, le barría las piernas. Encima el pendejo es re malo en los deportes, ni eso sabe hacer bien. A veces, en el aula, me sentaba detrás de él a propósito, y cada tanto le daba un tingazo en la oreja. El chetito se ponía todo rojo, me miraba y después agachaba la cabeza. No tiene huevos el pibe.
    
    El quilombo empezó hace un par de días. Yo lo tenía del punto al boludito, pero hasta ahora no le había pegado de verdad, tampoco soy tan zarpado. Pero a la salida de la escuela, en una esquina donde paramos con los pibes a escabiar después de clase, lo paré para boludearlo un toque.
    
    —¡Eh qué mirás! —le dije.
    
    Él agachó la cabeza, haciendo de cuenta que no me escuchó, y siguió de largo.
    
    — ¡Uuuuuh! —los escuché meter púa al Brian, al Leo, y a los otros que estaban conmigo.
    
    No me podía comer los mocos delante de ellos. Pegué un trote y lo alcancé. Me puse delante de él.
    
    —¡Eh, te estoy hablando! —le dije.
    
    —Dejame de joder, me tengo que ir a casa. — me dijo el desubicado.
    
    —Eh ¿vas a dejar que te hable así ese atrevido? —comentó el gordo Leo, quien gusta mucho de las peleas, salvo cuando el que se tiene que parar de manos es él.
    
    De la escuela todavía salían un montón de pibes, y un grupo bastante numeroso se amontonó a nuestro alrededor. No tuve más opción. Le di un cabezazo. Pero despacito. Mi cara quedó pegada a la suya.
    
    — ¿Qué? ¿Te la bancás? —Lo apuré.
    
    Él no me podía sostener la mirada. Yo le veía los ojos brillosos y casi me cago de la risa. Pero entonces el pendejo me dio una piña.
    
    Me dejó desconcertado. Se suponía que tenía que cerrar el orto y salir corriendo para su casita. Con los pibes nos cagaríamos de risa, y lo gastaríamos por el resto del año.
    
    Pero el chetito me pegó.
    
    —¡Uh Pitu, mirá cómo te la puso! — gritó el Leo, a quien le gusta decir lo obvio, solo para meter púa.
    
    La verdad que la piña calzó bien, tengo que reconocerlo. Pero me había agarrado desprevenido, y además, se nota que no está ...
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