1. El regalo: Un antes y un después (Vigésima tercera parte)


    Fecha: 26/06/2019, Categorías: Infidelidad Autor: DestinyWarrior, Fuente: CuentoRelatos

    ... pectorales y el macizo abdomen. En sus muñecas rojos igualmente, unos puños blancos con un prudente botón rojo. Todo ese tronco sostenido por dos poderosas columnas de piel brillante y musculosa. Y… ¡Descalzo!
    
    —Pase usted y acompáñeme por aquí, por favor. —Relajadamente me respondió con acento francés e indicándome el camino por un pasillo tenuemente iluminado por la luz Neón de tonalidad rosa, que escapaba de las cornisas en el techo y que nos conducía hacia unas angostas y acaracoladas escalinatas hacia… ¿Abajo? ¿Una oficina en un sótano?
    
    La trapezoidal y amplia espalda de aquel coloso de ébano, me guió después de dejar atrás el último peldaño, hasta dar de frente a un muy amplio salón, colmado de reflectores de colores, distribuidos en una malla metálica negra que pendía del alto techo y altavoces delgados B&O, mimetizados en las seis pilastras, que soportaban aquel armazón; cómodos sofás de cuero rojo para dos, cuatro y hasta seis personas, la envolvían junto a bajas mesas cuadradas también tapizadas en piel pero estas, en negro. Del cielo raso sobre ellas, telas de lonas gruesas y pulcras, simulaban las velas de algún navío decorando el falso techo de los pasillos y así, fingían enarboladas, navegar libremente de reflejo en reflejo, gracias a los espejos levemente oscurecidos que revestían las paredes.
    
    Hacia la izquierda, al lado de una plataforma repleta de consolas, pantallas gigantes de TV y torres de sonido, se encontraba un grupo de trabajadores, hombres y mujeres con sus monos de trabajo beige y botas marrón, con multitud de cables sobre los hombros y un sinfín de festones coloridos de papel, imitando un panal de abejas, arrastrados por el piso de madera, que surgiendo de cada esquina parecían dirigirse a un único lugar, el centro de aquel salón.
    
    Dos puertas de vaivén de lacada madera, tipo cantina del viejo oeste, me impedían el paso hacia otro portón de pintura negra y en cuyo centro centelleaba un logotipo bruñido de un brioso corcel, enmarcado por una herradura y un poco por debajo, en letras de molde también doradas un nombre... «Caballo Loco. Club Privado». Y debajo, en letras mucho más pequeñas y blancas… «Administración».
    
    El gigantón, con su mano empujó aquella puerta y sin necesitarlo, pasó su fornido tronco por entre las hojas de madera de vaivén y yo solo lo seguí.
    
    —Buenas tardes Señor Cárdenas. Bienvenido a mi humilde refugio. —Escuché una voz firme, clara y serena, nombrar mi apellido y recibirme con cordialidad.
    
    —Muchas gracias señor Schneider. ¡Que morada la suya tan cautivante y… acogedora! —Sí, contuve un instante mis palabras respondiendo a su saludo, mientras con rapidez observaba la estancia, decorada de manera minimalista, a mi izquierda el amplio escritorio, dos archivadores de mediana altura y en la mitad de ellos una maceta de mármol con cuatro o cinco troncos delgados y secos; para la visita, dos sillas de madera tapizadas frente a él y a la derecha un mueble caoba.
    
    Pero fui sorprendido ...
«1234...19»