1. El regalo: Un antes y un después (Vigésima tercera parte)


    Fecha: 26/06/2019, Categorías: Infidelidad Autor: DestinyWarrior, Fuente: CuentoRelatos

    —Y ajá nene… ¿Ya te marchas? Me tienes tan abandonada. No me llamas y si me cruzo contigo, te haces el desentendido… ¡Ya ni me miras como solías hacerlo! ¿Nada que me perdonas «rolito gruñón»? —Y aunque Paola no se diera cuenta, yo si la observaba, –a hurtadillas– y la admiraba. Imposible no notar su presencia, cuatro escritorios más allá. La veía llamar, revisar apuntes y como no, levantar su mirada hacia su derecha, buscándome atrapar con el intenso verde de sus ojos esmeraldas.
    
    —Pues no es verdad, ni lo uno ni lo otro. —Le respondí tomando mis portafolios, el teléfono y las llaves de mi auto.
    
    —¡Aguanta! Aguanta la burra cachaco precioso. ¿Cómo así que ni lo uno ni lo otro? Desembucha bien que hoy amanecí con la chispa retrasada. —Tomándome de la mano, me preguntó curiosa.
    
    —Ya te dije alguna vez Pao… ¡Observa bien y no solo mires! Los pequeños detalles dicen más que… ¡Si te portas bien algún día te perdonaré! Mientras tanto ten, tómalo como una ofrenda de paz. —Y en su mano deposité dos bombones de cacao con avellanas, de esos finos que vienen envueltos en papel dorado. Y dándole un beso en su mejilla izquierda, la dejé allí al lado de mi escritorio, con la boca abierta y un brillo intenso en su mirada.
    
    Dejé mi Mazda en un parking cubierto al costado de una pequeña clínica y caminé hasta llegar a la próxima esquina, punto de encuentro de dos calles en diagonal. La aplicación me indicaba el lugar exacto, una vía de un solo sentido cuyo nombre hacía honor a un cardenal. Autos detenidos en sesgada secuencia a izquierda y derecha, solitarios ellos, aplacados esperando por sus propietarios. Un edificio con fachada de ladrillo de unos cinco pisos, locales varios en el primer nivel, algunos cerrados con sus rejas recias pintadas con diversos grafitis y una puerta metálica, de negro mate sin letrero alguno, justo al lado de una tintorería y una plazoleta con parasoles blancos y sillas de madera de una cafetería cercana, correspondía claramente a la dirección indicada por el amigo de Almudena. Tan solo golpee el portón con mis nudillos y unos segundos después, por una mirilla me preguntó una voz grave de hombre, a que se debía mi presencia allí.
    
    —Buenos días, vengo buscando al señor Schneider… ¡Thomas Schneider! Tengo una cita programada con él. —Y tan solo al mencionar su nombre, la puerta chirrió y se abrió ante mí. Al comienzo di solo dos pasos lentos y me detuve, acostumbrándome a la escasa iluminación del interior espacio.
    
    Un hombre de color, bastante alto y fornido, me recibió. Su cabello rapado por los laterales y una breve hilera de cabellos ensortijados desde la frente hasta la nuca. Cabeza cuadrada y corto cuello, macizo, tanto que parecieran tener la misma amplitud. Ojos saltones y amarillentos, de mirada insociable, similar a un Bulldog. No llevaba encima de su cuerpo musculoso, más que una pajarita roja por collar, bóxer ajustado blanco, sostenido por unos tirantes anchos, igualmente rojos que resaltaban sus oscuros ...
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