1. Entre el amor y el deseo.


    Fecha: 22/06/2019, Categorías: Confesiones Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    ... trabajo fuera más productivo. A mí me tocó comenzar con un consultorio de geriatría. La recepcionista resultó muy amable y fue muy accesible en todo lo que le preguntaba, incluso se pasaba de amable, porque hasta me cedió su lugar para que probara un poco la rutina del puesto que ocupaba.
    
    En eso me encontraba yo, probando la silla de la recepción, cuando se oyó la voz del médico a través de un aparatito parecido al radio/reloj/despertador que tenía yo en el buró de mi recámara.
    
    —Ese es el intercomunicador, cuando el doctor me necesita se comunica conmigo... y cuando yo necesito comunicarme con él hago lo mismo apretando este botoncito, pero yo lo hago nada más cuando es muy urgente, una nunca debe interrumpir la consulta... Ahora vuelvo.
    
    La mujer entró al consultorio, momentos después volvió diciéndome que volvía en un momento, que tenía que pasar a farmacia por un medicamento, que yo atendiera la recepción es su ausencia. Yo me puse algo nerviosa a pesar de que se trataba de una especie de juego.
    
    Lo que me llamó la atención era que el intercomunicador se seguía escuchando, ya no con la intensidad de hace unos momentos, pero se notaba que se había quedado activado tal vez de forma accidental. Yo busqué la forma de desactivarlo, pero no me atrevía a tocar ningún botón ya que por el uso se habían borrado los letreros que indicaban las funciones. Además, me daba cosa estar escuchando la consulta, pues me parecía que estaba invadiendo la privacidad médico/paciente. El dichoso aparatito tenía entrada para audífonos, yo traía los míos, de modo que se los coloqué para anular el altavoz, casi de manera automática me coloqué los audífonos y entonces pude escuchar mejor lo que acontecía del otro lado.
    
    Había una señora hipocondríaca que se quejaba de todos sus achaques, parecía que iba acompañada de su esposo, que por lo contrario parecía ser un mero espectador que ocasionalmente asentía o negaba lo que ella expresaba. Aparentemente, la mujer ya se había desahogado de su cúmulo de males, ya fueran reales o imaginarios; parecía que la consulta había llegado a su fin y el médico procedió a recetarle algunas medicinas adicionales a lo que ya le había prescrito.
    
    Fue entonces que sucedió lo que acabó marcándome de por vida.
    
    —Por cierto, doctor; y aprovechando la vuelta, ¿podría darle algo a este para que me deje en paz?
    
    —No entiendo, Señora... ¿para que la deje en paz?
    
    —Sí, doctor; es que... viera usted que todo el tiempo quiere estar a duro y duro... y yo a mis años, la verdad es que lo que menos quiero es... ya sabe usted...
    
    —Don Claudio, ¿es cierto eso?
    
    —Pues, ¿yo que culpa tengo de que a mi edad todavía tenga ganas?
    
    —Cierto, doña Diana, usted debería sentirse afortunada, otras mujeres se quejan de lo contrario, de que sus maridos, siendo incluso mucho más jóvenes que don Claudio, ya no las atienden como debe ser.
    
    —Pues eso debe ser a otras, porque lo que es a mí, ya tuve muchos años de eso y a estas alturas, lo que ...
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