La casera enviciada (4/4) - Relatos Eróticos

La casera enviciada (4/4)

... suprema confianza que desmentía sus diecinueve años... Pude ver que me estaba ordenando, y sentí que la piel de mi cuerpo se puso en carne de gallina.

- “Pero no estoy en condiciones de correr con vosotros dos”, supliqué.

- “Vamos”, me volvió a ordenarme Ewan.

- “Quizás en otro momento cuando esté realmente en forma con el programa que me has marcado”, dije con la esperanza de impresionarlo con mi motivación para seguir su programa de dieta y estado físico, pero él ignoró mis comentarios y dijo:

- “Si no tienes tu equipo de correr puesto en 60 segundos, serás castigada aquí, ahora mismo, en tu puerta.”

Me quedé horrorizada, pero no por mucho tiempo mientras Ewan miraba su reloj.

- “Ya has perdido casi diez segundos.”

En un momento me di la vuelta y corrí a la lavandería donde había desechado mi ropa de correr después de mi última carrera hace dos días.

Afortunadamente estaban todas las prendas juntas en un montón... Me quité la bata y el pijama y me vestí rápidamente... Era consciente del límite de tiempo, lo que me hizo entrar en pánico, y parecía llevarme una eternidad realizar la simple tarea de ponerme el sostén deportivo, la camiseta, los pantalones cortos y los calcetines... Recogí mis zapatillas para correr y corrí de regreso a la puerta de entrada donde Ewan miraba su reloj... Ya estaba sudando.

Sacudió la cabeza de lado a lado y me dijo:

- “Diez segundos tarde.”

Cerré los ojos e intenté controlar mi pánico sin aliento.

- “Por favor, Ewan, sé razonable... Intenté hacerlo muy rápido... Fue imposible tardar menos”, jadeé.

- “Nada es imposible... Bájate la pantaloneta hasta las rodillas”, ordenó Ewan con tal convicción que estaba seguro de que lo haría.

Abrí la boca con horror.

- “¡Por favor!”... Fue todo lo que pude pronunciar.

- “¿Quieres hacer que el castigo sea peor de lo que ya es?”

Pude sentir su mirada quemándome y agaché la cabeza en señal de derrota... No puse mala cara... ¿Para qué?

Todos estábamos parados justo dentro de la puerta principal de mi casa, que estaba abierta de par en par... Miré brevemente y pude ver el sendero y el camino... No había señales de vida y recé para que mis vecinos aún estuvieran en sus camas.

Sabía por mi breve experiencia con Ewan, que protestar sólo iría en detrimento mío y sólo retrasaría lo inevitable... Por lo tanto, respiré hondo, enganché mis dedos en mis pantalonetas de correr y rápidamente las bajé hasta las rodillas como se me indicó.

Mis pantalonetas para correr son del tipo que tiene un refuerzo incorporado, por lo tanto, no llevaba bragas debajo.

Me sentí increíblemente expuesta, mientras estaba parada en la puerta de mi casa, desnuda desde la cintura hasta las rodillas... Mis partes más íntimas estarían a la vista de cualquier persona de mi vecindario que paseara.

- “Dóblate por la cintura”, continuó Ewan empujando los límites.

Me sentí avergonzada cuando me incliné, presentando mis nalgas a Ewan... También sabía que Anna ...