1. El video (VI)


    Fecha: 30/05/2019, Categorías: Gays Autor: Fran, Fuente: TodoRelatos

    Las cinco solía ser la hora de salida de la mayoría de los trabajadores de aquella empresa de eventos. Marcos lo sabía bien porque en numerosas ocasiones había ido a recoger a Guille. En una de esas conoció a Ricardo, a quien esperaba aquella tarde. Lo vio salir. Era condenadamente atractivo. Un hijo de la gran puta, pero atractivo. Como los malotes del instituto que tanto cautivaban a las féminas. Pasó por delante de Marcos sin percatarse de su presencia. Probablemente ni siquiera se acordaba de él. Eso le cabreó todavía más. De haber llevado una pistola encima, a buen seguro hubiera sentido un deseo irrefrenable de apretar el gatillo.
    
    Optó por seguirle. Tuvo que montarse en el metro, hacer un transbordo y caminar unos diez minutos hasta el portal de un edificio de ladrillo blanco con portero físico. Tuvo tiempo de mirar en los buzones y comprobar que residía en la cuarta planta. En su rastreo hubo un nombre que le llamó la atención: Francisco Sepúlveda Rincón. Se llamaba igual que el tutor que había tenido en el máster de Traducción que estudió en la UNED —donde conoció a Pierre—, una eminencia de las letras a quien le debía su pasión por los textos, aunque Marcos no había llegado nunca a ejercer.
    
    —¿Qué miras? ¿Puedo ayudarte? —le increpó el portero sacándole de sus recuerdos.
    
    —¿Sabe si este hombre es traductor? —preguntó señalando con el dedo la placa del buzón.
    
    —¿Paco? Sí, creo que sí. En su casa hay muchos libros de lenguas raras.
    
    —¿Y sabe si está en casa?
    
    —Seguro que sí. Paco sale poco.
    
    Marcos no dudó en subir. El mundo estaba repleto de pequeñas coincidencias, pero estas no siempre se evidenciaban de una manera tan clara. El cabrón de Ricardo le había llevado hasta allí, pero se olvidó de él por un instante ante el deseo de conocer en persona a aquel hombre pasional que transmitía el placer de las letras. Tocó el timbre y aguardó. Estaba nervioso, casi más que en su reencuentro con Ricardo. La puerta se abrió, sus miradas no se cruzaron y lo vio de espaldas regresando ya al salón, como si le estuviera esperando.
    
    —¿Don Francisco? —le llamó.
    
    El hombre se frenó en seco. No, no era Marcos a quien esperaba. Se giró, extrañado. Era tal como se lo había imaginado: un huraño refugiado en el universo de las palabras.
    
    —¿Quién eres?
    
    —Mi nombre es Marcos Herrera. Fui alumno suyo hace unos años.
    
    —¿Y qué quieres? —preguntó con rudeza—. ¿Vienes a que te suba la nota o a quejarte por una mala evaluación?
    
    —No, señor. He visto su nombre en el buzón y he querido pasar a saludarle. Si molesto me voy.
    
    —No, no molestas —cedió, destensando el tono—. Pasa, anda. Y cierra la puerta.
    
    El salón era más una biblioteca oscura con múltiples estanterías de madera de ébano que no hacían más que reforzar esa atmósfera lúgubre. Los sillones de piel negra, las cortinas apenas dejaban pasar la luz natural. Y luego estaba el carácter tosco del traductor, con gesto torcido, serio, sin un ápice de sonrisa o ganas de que un antiguo ...
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