1. 28 años


    Fecha: 18/05/2019, Categorías: Infidelidad Autor: pinoverde, Fuente: TodoRelatos

    ... toque su fondo y mi tripilla rozó su engordado clítoris, trajeron otra vez de vuelta.
    
    - Lo he imaginado así miles de veces Juan….¿Lo hiciste tú?
    
    Acompasé el roce con el movimiento hacia arriba, ganando empuje al alzarme de puntillas.
    
    Ella supo agradecerlo con un grito largo, contemplando su pubis y mi cadera, ambas fusionadas, erótica, sexuales, lúbricas.
    
    - El señor aprendióooo oooooo
    
    Si, el señor había aprendido.
    
    Y la señora.
    
    Porque, tumbándose sobre la mesa enarcó las piernas hasta adoptar una V perfecta.
    
    - Cógeme los tobillos – ordenando – Y dame.
    
    Lo di.
    
    Y allí, hundiéndome en ella, vi el tatuaje.
    
    “J”
    
    Una “J” discreta , sencilla, sin florituras ni ornatos.
    
    Prácticamente invisible.
    
    Lamí todo el tobillo donde había sido dibujada.
    
    Lamí sus pies.
    
    Y en ningún momento dejé de penetrarla y provocar sus gemidos.
    
    - Sigue Juan…lento…asiiiii
    
    Aquel Juan adicto a las cazadoras vaqueras, las Panamá Jack, el Clearasil y Tocata, hubiera arremetido egoísta y sin miramientos, incapaz de contenerse, poseído por el ansia, la falta de experiencia, el desconocimiento de que el sexo, es todo lo que para lejos de una penetración rápida, breve, decepcionantemente intensa.
    
    Pero el Juan que añoraba el pelo perdido, había aprendido a controlar, a ser paciente, a buscar su placer en el ajeno, a calibrar los tiempos de la otra parte, a hacer que sus manos, incrementen la sensación de su polla.
    
    El ritmo crecía sí, pero coordinadamente.
    
    Se plagaba de caricias, de lametones en los pezones, de mordisquillo en los míos, de un pícaro apretón de nalgas….de palabras.
    
    - Cielo.
    
    - Sigue vida.
    
    - ¡Que hembra!
    
    - Te siento.
    
    - ¡Qué diferencia!
    
    Y todo, medido al ritmo de Carolina y sus flujos.
    
    Porque cada vez que entraba, cada vez que sentía aquel calor divino amparando mi sexo, escuchaba el burbujeo de su entrepierna
    
    Su piel, hermosa y sajona, extraída del Bristol más “fish and chips”, estaba completamente enrojecida.
    
    Eso no había cambiado.
    
    Cuando el placer la embargaba, sumara veinte o casi cincuenta, su inmaculada tez lechosa se tornaba idéntica al de una holandesa dormida bajo el sol de Benidorm, sin toalla, sin crema.
    
    Y ese era el indicativo, el instante fiel, seguro, en que Carol se perdía.
    
    Se abrazó a mi cuello, acercó aún más su pelvis, arrugó su rostro, ofreció su cuello.
    
    Se restregó contra mí hasta el punto, que me entraron dudas serias sobre si era ella la que me follaba, si era yo o lo hacíamos mutuamente.
    
    Lo que si averigüé, es que había aprendido el muy noble y detestable arte de postergar lo mejor de todo.
    
    Cuando ya pensaba que se corría, justo en ese instante en que empecé a creer que podía liberarme y hacerlo, me extrajo de sus adentros, se incorporó y, cogiéndome de la mano, me guio hasta lanzare sobre la cama.
    
    - Y ahora vamos a follar, caballero - dijo sin ocultar una maléfica risa.
    
    Volví a sentirme un acomplejado.
    
    Un pelele.
    
    Esa desagradable sensación ...
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