1. Las clases de natación


    Fecha: 10/09/2020, Categorías: Fetichismo Gays Autor: Anonimo, Fuente: SexoSinTabues30

    ... me llamara la atención su cuerpo ni nada parecido. En aquel momento, yo no me había planteado todavía mi sexualidad ni pensaba que pudieran atraerme los hombres. Era un muchacho nervioso, a veces impredecible, muy listo, pero con pintas de ser un idiota integral. Todos los chicos éramos idiotas, al fin y al cabo, teníamos 13-14 años, pero, aunque él no era el más tonto de la clase, me sorprendía por sus ocurrencias.
    
    Hizo algún comentario sobre el miembro de Juan, el repetidor, y enseguida bromeó con que todos deberíamos aprender de él y cambiarnos juntos como hombres. Sin embargo, él tampoco se atrevía a desnudarse.
    
    —Fran, tú entiendo que te cambies a escondidas, porque seguro que tienes un minipene —dijo, avergonzándolo. Fran le llamó «capullo» y se rio, pero estoy seguro de que aquello hirió su orgullo.
    
    Ahora comprenderéis por qué observaba a Héctor. Tenía miedo de que la tomara conmigo o dijera algo parecido sobre mi pene. Y cuando vi que me se quedaba callado observándome me temí lo peor.
    
    —¡Nico, tienes pelo en la barriga! —exclamó. Se refería a cuatro pelos finos apenas perceptibles que caían de mi ombligo a mi entrepierna—. ¡Seguro que te sale pelo en la polla!
    
    Me pareció un comentario estúpido, tanto que no le di importancia alguna. No sabía si lo decía porque dudaba que alguien tan bajijto y con cara de niño pudiera desarrollar pelo en el cuerpo o porque realmente le sorprendía que un chico de su edad estuviera «tan avanzado». Yo lo veía como lo más normal del mundo. «¿Quién no tiene?», me pregunté, asumiendo que no habría nadie con el pubis liso a esas alturas de la vida.
    
    Nadie participó de su comentario y enseguida se diluyó en el ambiente del vestuario. Terminamos de cambiarnos, unos en el WC, otros cubriéndose con la toalla y continuamos nuestras vidas, hasta la siguiente sesión de natación, una semana después.
    
    Esta vez no esperó a después de natación, sino que lo dijo nada más quitarme la camiseta en el vestuario. «¡Tienes que tener pelo en…!». Empezaba a incomodarme. A decir verdad, no me había gustado que hiciera ese comentario la semana anterior, y mucho menos que lo repitiera. Acabaría centrando sobre mi cuerpo la atención del resto de chicos, y no es como si yo me sintiera orgulloso de él. Envidiaba a los demás: más fuertes, más altos, algo más desarrollados. ¿Qué tenía yo que no tuvieran ellos? Nada. Desde mi punto de vista, nada, porque no conocía más que lo que me enseñaban, es decir, el torso, las piernas y, a lo sumo, los pelos de las axilas, los dos chicos que tenían.
    
    Ese día la clase de natación fue a última hora y, por tanto, cuando terminábamos de cambiarnos podíamos irnos a casa. Hubo cola para entrar a los cuartos de baño porque todos querían ser el primero en marcharse y yo esperé en el banco, hasta quedarme el último. Sin embargo, no fui el último. Cuando me disponía a correr el pestillo, un chico se coló rápidamente, dándome un susto de muerte: Héctor, el bromista, se plantó ante mí con su ...