1. Yo soy hijo de puta// Cap. 1


    Fecha: 22/04/2019, Categorías: Incesto Autor: JOS LIRA, Fuente: TodoRelatos

    ... abortaba, y como los sueños son muy estúpidos y sin sentido, recuerdo que mi padre levantaba mis pedazos del suelo y le gritaba fuertes reclamos a la tal Amelia, que sonreía a pesar de haberme vomitado por el coño. Lo peor es que seguía masturbándose con gozo. Y yo, muerto, veía sus tetazas hinchadas. Sus pezones inflamados expulsando chorros de leche. Su piel rosada como la mía empapada de sudor. Y sus ojos como el zafiro mirándome con ironía.
    
    Y a pesar de que en mis pesadillas la tal Amelia siempre aparece con un monstruo sin sentimientos, la gente que la conoció nunca para de decir lo buena, abnegada y hermosa que era… pero entonces, ¿qué pasó? ¿Por qué se fue?
    
    Lo curioso es que me acuerdo de la fecha exacta de su partida. Recuerdo bien el vestido que llevaba, sus sandalias blancas de tacón grueso, el color zafiro de sus ojos, sus gestos y hasta el color de su voz. Lo único que no recuerdo a pesar de sus gestos… es su cara. No sé cómo son sus facciones. No recuerdo como eran sus labios, su nariz… nada.
    
    Ni siquiera tengo una foto suya para recordarla como era pues papá las quemó todas cuando ella se fue.
    
    Lo único que sé de ella es que se llamaba Amelia Vidal, que tenía 23 años cuando se marchó, y que la fecha exacta de cuando lo hizo fue hace 18 años un viernes 8 de abril.
    
    Yo tengo la misma edad que ella tenía al marcharse, y, sin embargo, ni tengo hijos ni estoy casado. Yo no creo en el amor. He cogido mucho, con varias mujeres, la mayoría de la edad de doña Meche y unas pocas de mi edad, o menores, como Angélica.
    
    Crecí como Dios me dio entender. A base de caridad de los vecinos que no entendían cómo don José Lares podía ser tan cabrón para ni siquiera trabajar para darme de comer o para mandarme a la escuela. Lo curioso es que nunca nos faltó comida. Mi padre, aun sin trabajar, siempre traía al menos lo indispensable para los dos.
    
    Algunos dicen que el verdadero culpable de la marcha de la tal Amelia es él, pero yo no puedo odiarlo, porque por muy irresponsable que fuera, nunca me dejó.
    
    Por eso, dado que papá se fue a la vagancia, tuvo que ser el barrio donde nací quien me diera las tablas de la vida. Doña Meche me contrató desde muy niño para que le cortara el césped de su jardín. Me daba una buena paga de acuerdo a lo que hacía y a mis funciones. A los doce años ya le pintaba su casa y le cambiaba sus persianas. A los 13 años ya le hacía ciertos arreglitos a sus bardas con cal y cemento.
    
    Lo bueno vino a mis 14 cuando, además de cortarle el césped, pintarle y enjarrarle los muros de su casa, ya la abría de piernas para hundirme dentro de sí.
    
    Por ser tan alto y corpulento, es decir: por haberme desarrollado tan deprisa de pecho, piernas y brazos, gracias a los trabajos rudos que hacía, tal vez pensó que no era tan menor como aparentaba. Y me hizo hombre.
    
    Ella solita comenzó a insinuárseme. Miraditas coquetas. Sonrisas provocativas. Caricias sugerentes en mi espalda o cuello. En fin. Doña Meche era artífice de ...
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