1. Una esposa en préstamo


    Fecha: 15/04/2019, Categorías: Infidelidad Autor: Orpherius, Fuente: CuentoRelatos

    ... imagen. «Zorra, perra viciosa», oigo retumbar en mi mente.
    
    Él vuelve a penetrarla aumentando el ritmo poco a poco. Oigo los chasquidos de su pelvis contra su culo, que queda vibrando con cada embestida. Sus pechos cuelgan y se bambolean libremente. Ella empuja hacia atrás su cuerpo para tragarse con su cavidad lubricada el falo enhiesto del macho. Ambos respiran con agitación y jadean por turnos. La escena me conmociona. No puedo aguantar más. Me masturbo como un poseso, cerrando los ojos y volviendo a abrirlos para torturarme una vez más con la inquietante imagen. Llevo de nuevo a mi rostro las bragas húmedas de mi mujer y las huelo mientras doy las últimas sacudidas a mi polla. Después de tantos minutos conteniendo el orgasmo, me corro abundantemente sobre las bragas. No logro recoger todo el semen con la pequeña prenda y me mancho la ropa. Respiro agitadamente, jadeo, tomo aliento. A medida que me recupero, voy tomando conciencia de la escena que está teniendo lugar sobre mi cama de matrimonio.
    
    Marcelo jadea agitadamente y penetra a Claudia con fuerza, dejando marcas rosadas en la carne de sus nalgas, allí donde sus manos la tienen asida. Ella gime con sus embestidas, cerrando los ojos y acompasando su cuerpo al de él, empujando hacia atrás para recibir cada punzada de su miembro. Ante la llegada del orgasmo, Marcelo levanta su barbilla hacia el techo, aprieta los párpados y gruñe como un oso, descargándose dentro de ella. Me imagino esos chorros cremosos regando el interior de mi esposa y un fogonazo de excitación me abrasa por dentro. Veo a ambos aflojarse, caer relajados sobre la cama, uno al lado del otro, el miembro de él saliendo de dentro de ella, debilitado, húmedo. Recuperan el aliento.
    
    Una vez que Marcelo se hubo ido, Claudia y yo regresamos al salón, ya acicalados y perfumados, y nos echamos en el sofá central, ante el televisor, ambos en ropa interior. Ella está recostada sobre mí y me hace dibujos con un dedo en el pecho y en el brazo. Yo hago lo mismo sobre su espalda. Las imágenes de hace unas horas nos golpean sin parar, aturdiéndonos. Seguimos conmocionados. Miramos la televisión pero realmente no la vemos ni la oímos. Estamos absortos, cada uno en su película morbosa e impactante. Siento que mi cuerpo se activa por momentos, que se estremece con este tren de imágenes perturbadoras. Ella debe estar experimentando lo mismo.
    
    ―¿Te ha gustado? ―le digo por fin, susurrando.
    
    ―Sí... ―responde, contenida―. ¿Y a ti?
    
    ―Mucho... ―contesto―. Muchísimo.
    
    Silencio. Nuestros dedos juguetean de nuevo con la piel de nuestros cuerpos, temblorosos, inquietos, haciendo dibujos imaginarios.
    
    ―Vi cómo... se la chupabas... cómo hacías vibrar tu lengua en la punta ―le digo, hirviéndome de nuevo la excitación.
    
    ―Sí, lo sé... ―me dice. Medita unos instantes―: ¿Te gustó ver cómo me la metí en la boca?
    
    Una descarga eléctrica me recorre el cuerpo.
    
    ―Me pusiste como una moto ―le contesto contenido―. Tenía ganas de saltar sobre ...