1. Vuelo nocturno


    Fecha: 13/03/2019, Categorías: Infidelidad Autor: Gargola, Fuente: CuentoRelatos

    Nunca me han gustado los instantes previos a volar. Esos en los que hay lidiar con uñas y dientes ante el asedio de decenas de pasajeros agolpados intentando ocupar un asiento, como si en realidad, alguien fuese a quedarse sin él. Es uno de los inconvenientes de viajar en clase turista, que hay que ir buscando huecos donde los haya y donde te dejen. En ese sentido es mejor viajar sola, ya que, maldita gracia que debe dar el viajar en asientos dispersos.
    
    Al cruzar la puerta de embarque la azafata nos va saludando de forma individual. Soy de las últimas en entrar, y como era de esperar, ya no quedan asientos libres, excepto uno al lado de una madre con su hijo de ocho años, por lo que maldigo mi suerte, maldigo a la madre, pero sobre todo, al hijo, habida cuenta de que, si ya de por sí aborrezco a los niños, el hecho de viajar con ellos me provoca ansiedad. De ahí que, si no quería caldo, ahí van tres tazas.
    
    Trato de acoplar mi maleta de mano en el compartimento, pero no lo logro por falta de espacio. Al parecer soy la única que queda por hacerlo y percibo que cada una de mis acciones está siendo analizada, como si fuese yo la atracción del lugar, después de superar ese instante de estrés en el que cada cual ha batallado por hacerse con su sitio. Seguidamente, le sucede ese otro momento que nos indica que ya podemos respirar tranquilos porque no nos vamos a quedar en el suelo. Es entonces cuando ya podemos echar un vistazo a nuestro alrededor para fijarnos en quienes son nuestros vecinos y qué hace cada uno de ellos. Nos cambia la cara y el rictus mortis le entrega el cetro a las risas distendidas.
    
    En cuanto a mí, sigo peleándome con la maleta de mano sin lograr encastrarla, y viendo mis infructuosos esfuerzos, la azafata acude en mi ayuda, de tal modo que cambia la ubicación de algunas bolsas de mano para que encaje todo como en un tetris, y después de agradecérselo, ocupo mi lugar junto al pasillo, al lado de la madre de un niño que parece ahora interesado en mirar por la ventana en espera de que el avión levante el vuelo. Me mira un instante y me sonríe con un gesto que a mi me resulta maquiavélico, pues me hago una idea del viaje que me espera.
    
    Intentando ver la parte positiva, (si es que existe), mi butaca está al lado de su madre. La saludo con un “buenas tardes” y ella me responde al saludo acompañándolo con una amable sonrisa que a mi me cuesta gran esfuerzo devolverle, dadas las circunstancias.
    
    Por fin estoy en mi poltrona. Ahora es a mí a quien me toca hacer ese reconocimiento visual. Miro a mi alrededor. Todo el mundo parece dichoso, pendientes de que el avión despegue. La azafata nos informa de los pasos a tener en cuenta en caso de que hubiese algún incidente, aunque, siempre he pensado que, en caso de que el avión se venga abajo, de poco, o de nada nos servirían los consejos de la encantadora azafata, pero es el protocolo y todos escuchamos atentamente.
    
    Minutos después estamos volando y en pocos segundos las ciudades ...
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