1. Mi vecinita borracha


    Fecha: 03/02/2020, Categorías: Jóvenes Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    ... respaldo y le quité el top que llevaba. El sujetador negro, diseñado por alguna mente confusa, me llevó más de lo esperado. En realidad, al final, tuve que darlo por imposible y se lo quité sin siquiera desabrocharlo. Los pezoncitos rosados se erizaron al contacto de mi aliento. Una rara mezcla de sentimientos azotaba mi cuerpo. Por un lado, se me hizo la boca agua ante la visión de tener esos tiernos pechitos entre mis manos. Por otro, la polla se me puso dura como nunca. No me dejé llevar por mis sensaciones, y comencé a quitarle los más que ajustados pantalones. Su tacto era suave y delicioso, sobre todo cuando palpaba sus muslos o su trasero. Se los había puesto no sin trabajo, seguro, pues parecían fácilmente ser una o dos tallas inferiores a la suya. Al terminar de quitar los tres únicos botones de la prenda, vi un primer plano del pequeño tanga que ya conocía por haberlo visto sobresalir caprichoso. Iba tan lento quitándole la ropa que me odiaba a mí mismo. Por fin, me dejé de tonterías y le arranqué a tirones lo que le quedaba de ropa hasta dejarla completamente desnuda.
    
    Me avalancé sobre sus pechos, los cuales deseaba con desesperación. Los besaba, los lamía y los mordía, presa de la pasión que me embargaba. Mientras mi cabeza se dedicaba a sus lindas tetitas, mis manos hacían una exploración concienzuda de su culo, respingón y suave, y mi polla se frotaba jovialmente entre sus muslos y su región púbica. Los pelillos revoltosos de su pubis acariciaban dulcemente la cabeza de mi miembro erecto.
    
    Inmerso como estaba en no dejar ni un centímetro de su cuerpo sin tocar o lamer, me olvidé de tomar precaución alguna, y mi verga tomó el mando de la situación. Tan sólo con la ayuda de una mano, se situó en posición de ataque. Pero no sería tan fácil. Las prisas nunca son buenas, y en ese momento tampoco lo serían. Fueron necesarios más de cinco intentos antes de acertar con el agujero. Por fin, el calor maternal que todo coño desprende, abrigó a mi polla necesitada de cariño. Ya sólo tenía que acomodarse, para lo cual tuve que iniciar un movimiento de vaivén. Mi verga salía y entraba, ensartando aquel coñito que, poco a poco, se iba humedeciendo facilitando, qué duda cabe, el polvo.
    
    Tras un rato de incesante bombeo, que lo cierto es que me hizo sudar la gota gorda, me di cuenta de que tampoco había prisa, quedaba mucho por delante y por hacer. Le di la vuelta de tal forma que ahora su culito quedaba desprotegido. Con mis manos, acaricié toda su espalda, desplazándolas hacia abajo hasta llegar a aquellas dos nalgas pequeñitas que tanto me atraían. Le di una palmadita a la nalga derecha y la vi agitarse levemente. Le di otra palmada más fuerte. Y otra. Y cuatro o cinco más, hasta dejarla colorada. Aquello me divertía. Seguí dándole palmadas mientras mi verga se introducía en su coño, todavía buscando acomodarse en su interior. Y debió encontrar un lugar de su agrado, pues comenzó a expulsar semen sin previo aviso. No me corría tan ...