1. Mi vecinita borracha


    Fecha: 03/02/2020, Categorías: Jóvenes Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    Estaba durmiendo apaciblemente, soñando con esclavas pechugonas maestras en el arte de la felación, cuando unos extraños ruidos en la puerta me hicieron despertar. Me incorporé alarmado, pensando que alguna mafia rumana organizada intentara entrar en casa para robar mis posesiones más preciadas y hacerme dios sabe qué barbaridades anales. La vigorosa erección causada por mis eróticos sueños me impedía andar con facilidad a través del pasillo, si bien mi mente, neblinosa aún, tampoco era de gran ayuda. Iba tanteando las paredes buscando los interruptores de la luz, con la esperanza de que ésta pudiera asustar a los asaltantes. Sin embargo, fuera quien fuera seguía intentado, aparentemente, forzar la cerradura de la puerta.
    
    Asustado, cogí un paraguas como arma contundente para el caso peor, y arrimé el hocico a la mirilla para descubrir con cuántos desgraciados tendría que habérmelas. No poca fue mi sorpresa cuando observé a una encantadora chiquilla intentando luchar, sin éxito, contra la cerradura de mi casa. De forma extraña, no parecía sostenerse en pie con demasiada facilidad, y cada pocos segundos de infructuosos intentos, levantaba la cabeza y daba un par de inseguras vueltas por el rellano.
    
    Cuando se dejó caer sobre sus rodillas e introdujo su linda cabecita dentro de la jardinera y comenzó a vomitar de forma contundente sobre las flores de plástico no me quedó ninguna duda. Aquella chiquilla era la esclava pechugona maestra en el arte de la felación de mi sueño. Bueno, a decir verdad, de pechugona no tenía mucho. Y tampoco parecía que fuera una esclava en el sentido estricto de la palabra. Ni siquiera su boquita parecía la más indicada para ser una maestra en el arte de la felación. Para más inri, estaba en un avanzado estado etílico. Y si además tenemos en cuenta que era la hija de la vecina del tercero, pues quedan pocas relaciones con mi sueño. Salvo, quizás, que me iba a aprovechar de forma totalmente bochornosa y, esperaba, también impune.
    
    Descorrí el cerrojo y abrí la puerta sin hacer demasiado ruido pero procurando que me oyese. Parecía haber terminado ya de vomitar aunque seguía abrazada a la jardinera. Restos de vómito, o simplemente baba, le caían por el mentón. Giró la cabeza lentamente y murmuró unas pocas palabras que descifré como "Lo siento, mamá". Muy mal debía ir la pobre para confundirme con la puta gorda de su madre.
    
    La levanté, aprovechando para agarrarle las tetas a modo de aperitivo. Pequeñas pero blanditas, eran un gustazo para el tacto. La chica no era precisamente un modelo de anorexia tan en boga hoy en día, y me costó llevarla hasta el sofá del salón. Tras cinco minutos de espera, necesarios para reponerme por el esfuerzo, en los que estuve investigando las curvas de la jovencita, me levanté y fui a por el instrumental necesario para perpetrar mi fechoría: condones y lubricante.
    
    Para cuando volví, la chica babeaba sobre mi sofá con la boca abierta. No me andé con tonterías. La incorporé sobre el ...
«123»