1. Pasos en la noche 3


    Fecha: 12/11/2019, Categorías: Incesto Autor: Virjal, Fuente: TodoRelatos

    Cristina siempre había sido hermosa. Era de cabello castaño, con grandes ojos y piernas largas. A diferencia de mí, nació con pechos más grandes que los míos. No eran enormes, pera atraían la atención de quien llegaba a pasar cerca de nuestra granja. Papá no le quitaba los ojos de encima. Un hombre de sesenta años mirando todo el tiempo a una chiquilla de 18.
    
    Lo peor era que yo tampoco podía.
    
    Desde que creció, mi hija se volvió mi obsesión. La observaba regresar de la escuela y siempre le ayudaba a vestirse. Me gustaba estar con ella, al grado que siempre buscaba la oportunidad para bañarme con ella.
    
    —No creas que no he notado cómo miras a la niña —me dijo mi padre un día, luego de regresar de dejarla a la escuela—. No dejaré que se cometa nuestro error de nuevo. No destruiré a nuestra familia de nuevo.
    
    Mamá me echó de la casa, pero papá decidió enviarme a la casa de rancho de mi abuelo. Luego de un par de años, él murió y papá la heredó. Abandonó a mamá y vino a vivir conmigo como marido y mujer. La última vez que la vimos fue en la boda de mi hermano, la cual parecía presumir las habilidades sexuales de su nuevo esposo. Así que sí, de alguna forma podíamos considerar que nuestra familia se había destruido porque papá un día se cogió a su hija ebria, pero yo difería. Ese matrimonio ya era una mierda. La familia cambió para bien.
    
    Salí al pueblo. Por azares de la vida debía ir a la plaza principal, donde vendían las mejores galletas de avena. Era un lugar bastante visitado por los viajeros. Se detenían para comer algo, tomar fotos a la bella iglesia del centro y volvían a sus autos.
    
    Así fue cómo escuché mi nombre mientras pagaba las galletas.
    
    —¡Mónica! ¡Mónica, ¿eres tú?!
    
    Me di vuelta y por poco caigo de espaldas. Una mujer corría hacia mí. Tenía lentes oscuros, una chaqueta negra y los pantalones más ajustados que había visto. Dejaban ver unas excelentes piernas y un culo respingón. Su cabello negro me hizo reconocerla al instante, pero fue hasta que estuvo frente a mí que pude asegurarme de que de verdad era ella. El escote de Lidia me confirmaba su identidad.
    
    —¡Dios, amiga! —nos abrazamos.
    
    Nos compramos un par de helados y nos sentamos en una banquita de la plaza frente a la iglesia. Estaba a punto de llorar por la sorpresa.
    
    —¿Qué haces aquí?
    
    —Voy a una boda. Unos amigos se casan y no me voy a perder su fiesta. Voy a terminar con su alcohol. ¿Y tú? ¿Qué haces aquí? Te ves maravillosa.
    
    Ambas estábamos en un muy buen estado. Teníamos 36 años. Yo seguía siendo delgada y con un buen culo. La única diferencia era que mis tetas habían crecido luego de tener a Cristina. Se me habían reducido con el tiempo, pero seguían siendo más grandes que los limoncitos de mi adolescencia.
    
    —Vivo aquí —dije con sencillez. Había olvidado que había desaparecido del barrio y de la escuela sin explicaciones. No sabía qué cosas había dicho mamá a los vecinos, pero a la escuela seguramente no dijo nada—. Tengo una hija. Cumplió 18 ...
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