El Carro de las Esclavas - Relatos Eróticos

El Carro de las Esclavas

... el control de los hombres. Siempre me he sentido así. Ahora soy más libre, libre para seguir mis instintos, que nunca antes de que me pusieran el collar".

Seraphina miró impotente a la esclava, luego huyó de la habitación, con las mejillas enrojecidas y el coño empapado.

Había que hacer algo.

En la ciudad, caminando por la plaza del mercado o por el foro, Seraphina descubrió que las esclavas desnudas le llamaban la atención, desfilaban con correas detrás de sus amos o encerradas en el estrecho abrazo del vagón de esclavas.

Se imaginaba a sí misma en esa posición todo el tiempo. En la privacidad de su habitación, se quitaba todas las capas de ropa para mirar sus pechos pequeños pero firmes, sus rizos pulcramente recortados sobre su ahora constantemente hinchado coño. Paseaba por su habitación con las manos cruzadas detrás de la espalda, la cabeza inclinada hacia abajo, practicando la manera de andar de una esclava.

Los sueños solo se volvieron más comunes, más intensos. Se despertaba dos o tres veces por noche, con las manos metidas profundamente en su coño caliente.

Comenzó a seguir las rutinas de los vagones de esclavas, memorizando sus patrones de patrulla, hasta que siempre supo dónde estaba el más cercano en cualquier momento.

Sus padres, siempre absortos en su mundo político y social, nunca se dieron cuenta. Sebastián, todavía obsesionado con su esclava y su útero hinchado, apenas pensó en su hermana.

Cassie lo sabía, pero no dijo nada. Ella era una esclava.

Finalmente, desesperada por alivio, Seraphina comenzó a planear.

Cassie se puso de parto una noche y dio a luz gemelos que Sebastián pronto declaró los niños más perfectos del mundo. Amo y esclava estaban extasiados.

Toda la casa estuvo distraída durante días y días mientras todos adoraban a los niños, incluso los padres normalmente distantes de Seraphina.

Seraphina decidió que era hora de rascarse el picor. Había intentado coquetear con el mozo de cuadra, pero perder su virginidad había sido poco más que una incomodidad momentánea y algunas embestidas acaloradas.

Necesitaba más, lo que Cassie tenía, y solo había una forma de conseguirlo. Sin embargo, la idea de entrar en una turba de soldados imperiales, con la esclavitud en su mente, todavía la hacía retorcerse.

Necesitaba no tener ninguna opción de resistirse antes de entregarse a los guardias. Entonces ella consideró los carros.

Días después del nacimiento de sus sobrinos, Seraphina esperó a que su doncella se fuera a dormir, luego se puso una capa sobre su grueso camisón y bajó las escaleras.

Solo le tomó un momento deslizarse por las puertas de la terraza hacia el jardín y de allí a una puerta poco usada, rara vez vigilada, y salir a las calles.

Era pasada la medianoche. Si la veían, Seraphina estaría rompiendo el toque de queda, y estaría lista para ser esclavizada y violada. Se aferró a las sombras, con la intención de hacer que su guion funcionara a su manera.

Vio el carro de ...