1. Lembranzas 06: zorra


    Fecha: 13/07/2019, Categorías: Incesto Autor: Clementine, Fuente: TodoRelatos

    ... garganta.
    
    Y se me corrían dentro. Se me corrían en la garganta, en el culo, en el coño. Se corrían salpicándome la cara, salpicándome las tetas. Se corrían incansablemente una vez tras otra como animales, mugiendo sin atreverse a insultarme, pero incapaces de contener aquel impulso que les dominaba de follarme una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez.
    
    Y, de repente, paró. Uno a uno se fueron deteniendo una vez satisfecha aquella pulsión animal. Paró y un silencio incómodo se apoderó de la estancia. Sobreponiéndome, me puse de pie esforzándome por aparentar una mínima dignidad que no tenía como si no me chorreara su esperma entre los muslos ni tuviera las huellas rojas de sus manos en la piel. Caminé tan erguida como pude hasta el pequeño escritorio para tomar tres monedas doradas de uno de sus cajones y, volviendo a donde estaban, depositarlas en sus manos.
    
    Asintieron en silencio, se vistieron con las cabezas gachas como si, de repente, fueran conscientes de la gravedad de sus actos, del peligro que corrían, de la tremenda desigualdad que existía entre nosotros y lo inapropiado de lo sucedido, y abandonaron la estancia con dinero suficiente para buscarse una buena novia con la que casarse y llenar su casa de niños aldeanos para que sus señores los follaran.
    
    Caminé hasta alcanzar a duras penas el sillón de papá, que permanecía inmóvil, muy serio, desnudo, con la polla dura, brillante y amoratada manando todavía incesantemente aquel reguero de líquido transparente que formaba una mancha de humedad en la tapicería de cachemira roja y dorada. Me dejé caer en la alfombra entre sus piernas, exhausta, para recorrerla con el dedo índice valorando la tremenda rigidez, la dureza de las venas azuladas que se marcaban bajo la piel como talladas en piedra.
    
    Había empezado a acariciar su capullo pétreo con tres dedos: el pulgar en el frenillo y el índice y el corazón resbalando alrededor. Le temblaban las piernas.
    
    Exhaló un suspiro hondo y grave y comenzó a palpitar con mayor intensidad, como a hincharse hasta el extremo. La solté. Cabeceó en el aire hasta tres veces antes de disparar sobre mi rostro un primer chorretón de lechita a la que sucedió otro, y otro, y otro. Me regaba. Me corría por la cara, por el pecho.
    
    Sentí que me venía una vez más. Era una impresión extraña. Aquel hombre, aquel dios, mi padre… Y mi santa voluntad.
    
    Gemí quedamente al recibirla. Me recorrió un único estremecimiento más intenso que nada de lo que hubiera podido suceder y me desvanecí en una bruma de agotamiento y dolor. Exhausta, vacía. La leña del Carvalho crepitaba en la chimenea, enrarecía el ambiente y llenaba la estancia de una luz anaranjada y huidiza. La mayor parte de las velas se habían consumido, o chisporroteaban en sus últimos estertores. 
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