1. La vendedora 2


    Fecha: 02/08/2022, Categorías: Lesbianas Autor: Virjal, Fuente: TodoRelatos

    ... usar drogas. Ni siquiera me había imaginado usándolas. Les tenía miedo porque veía a mi padre ponerse muy mal, pero pensé que, si compraba y eso servía para hablarte, entonces no sería tan malo.
    
    —Y funcionó.
    
    —Más o menos. Creo que terminé enganchada por culpa de mi curiosidad y terminé volviendo un poco adicta.
    
    —¿Un poco? —dije riéndome. Aunque, a comparación de los demás, ella estaba muy bien todavía. Aun podía escapar.
    
    Ella miró al suelo avergonzada. Se pasó una mano por el brazo con el pinchazo de la aguja. Lo recordaba.
    
    —Ya no quiero usar esto —Señaló con el mentón a una bolsita de hierba en la mesita de cristal de la sala.
    
    Sabía que no sólo se refería a la mota. Se refería a todo en general. Me alegré. Hay quienes logran decir eso sólo después de tocar fondo. Otros jamás lo hacen. Y hay quienes no llegaban a poder decirlo.
    
    —Entonces ya no puedes estar en esta casa.
    
    Mis propias palabras fueron pesadas, incluso para mí. No sé a quién le pesó más, si a ella o a mí. Me miró incrédula y asustada. Su boca estaba totalmente abierta. Aproveché para besarla.
    
    Cerró los ojos al instante y sus brazos me rodearon. Podía sentir su corazón, como si reconociera un ruido de toda la vida. Mi lengua la estaba penetrando y sus ojos soltaron lágrimas al instante. Una de sus manos se hundió en mi cabello. Mi cuerpo reaccionó al instante. Me pedía que no me alejara de ella y que no la dejara ir a pesar de mis palabras. Sabía que no me iba a detener, ya fuera en mi beso o en mi declaración.
    
    —Ni siquiera sé tu nombre —susurró.
    
    Qué belleza. Llevaba días en mi casa suplicando drogas a cambio de dejarnos usar su cuerpo y ni siquiera sabía mi nombre. Era hermosa, gentil e inocente, pero también era una puta.
    
    —Mi nombre es mío y de nadie más.
    
    Quien sepa mi nombre tendrá una parte de mí. Lo decían los egipcios y también Le Guin. Martita tendría que esperar o aceptar que nunca lo tendría. Hay misterios inalcanzables y otros que, aunque asequibles, deben ignorarse. Mi vida en un mundo tan horrible me llevaba a tomar esas precauciones. Una tumba sin nombre.
    
    —Vamos —suplicó en un susurro mientras me respiraba en el cuello para besármelo.
    
    —No —gemí.
    
    Sus manos bajaron a mi cadera. Una de ellas me sujetó de un glúteo. Solté un gemido y luego su otra mano se deslizó hasta el borde de mi pantalón. Un dedo hábil abrió el botón.
    
    —Ándale. Quiero gemir tu nombre.
    
    Quise sonreírle para burlarme de ella. Nada de lo que hiciera me haría cambiar de parecer. Sus ojos de gatito me suplicaban una respuesta.
    
    Negué con la cabeza.
    
    Sentí su mano abrirse paso por encima del resorte de mi ropa interior y su fino dedo medio fue el primero en salir de mi pelo púbico y llegar al inicio de mi vulva. Mi clítoris la recibió. Solté un gemido cuando todas esas terminaciones nerviosas lo sintieron. Si ya estaba mojada, ahora estaba chorreando.
    
    —Dímelo —dijo, más apremiante que antes.
    
    Frotaba. Su tacto era delicado, pero rápido. No se sentía ...
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