1. La vendedora 2


    Fecha: 02/08/2022, Categorías: Lesbianas Autor: Virjal, Fuente: TodoRelatos

    ... estaba mi invitada, Martita, con los ojos en blanco y casi inconsciente. Su falda la tenía levantada hasta el estómago y su ropa interior estaba a la altura de su tobillo, en la pierna que colgaba fuera de la cama.
    
    —Oh, ahí estás — dijo aquel hombre con una sonrisilla burlona y satisfecha — No nos dijiste que ahora también manejabas putas.
    
    —Ramiro… —dije con dificultad. Era uno de los repartidores del jefe. Era él quien le dejaba los productos a Rogelio. En ocasiones entraba sin avisar a la casa, ya fuera por exceso de confianza o para demostrar control. A mí me tenía por amiga de Rogelio, sólo eso y nada más. No sabía que era yo quien manejaba esa sucursal, o por lo menos no debería saberlo. Yo no era de su organización, por así decirlo — Ella no… no es una puta.
    
    —¿Ah, no? ¿Entonces por qué se me insinuó para que le diera un poco de polvo? Parecía dispuesta a todo. ¿Cierto, bebita? —le dio unas palmadas en las mejillas para que reaccionara. Martita sólo exhaló un poco y balbuceó algo.
    
    —Es sólo una amiga. La dejo quedarse conmigo. Inhalamos juntas. Yo lo pago todo —Respondí, temblando, aunque no de miedo.
    
    Él se levantó. Su verga seguía húmeda y llena de una mezcla de líquido transparente y blanco. Se subió los pantalones y se acercó a mí. Olía a sudor y no sólo del reciente. Sus tatuajes se veían aún más feos de cerca.
    
    —¿Y de dónde sacas el dinero para pagarlo todo? —dijo a sólo unos centímetros. Me tomó una teta. No pude hacer nada. Luego rio y pasó junto a mí para pasar al pasillo — Bonita navaja. —Dio unos pasos rumbo a las escaleras y cuando estuvo uno o dos escalones abajo gritó— dile a Rogelio que le dejé la nueva mercancía en el cuartito del colchón, ahí dónde está la tele. El dinero debe darlo el próximo domingo, sin excusas. Nos vemos, preciosa.
    
    No me moví. Lo escuché bajar los escalones y después de unos tres segundos oí la puerta cerrarse. Me pregunté cómo había llegado si no había visto su auto cerca de la casa, pero entonces recordé los autos cercanos a la esquina con tipos fumando en su interior. Tal vez eran de él. Pero eso no era importante.
    
    Dejé caer la navaja, la cual había olvidado por completo, y corrí hacia la cama.
    
    —Martita, Martita —exclamé. Ella estaba pálida y su mirada estaba totalmente perdida. La sacudí un poco, pero sólo emitía unos débiles sonidos de quien estaba por quedarse dormida —Puta madre —Exclamé al ver su entrepierna. Enrojecida, con líquidos asquerosos y con una leve fragancia del aroma corporal de Ramiro. Cerré los ojos con fuerza y quise imaginarme que no estaba ahí — Ay, Martita. No debí dejarte sola.
    
    No era mejor que Ramiro, pero en mi mente, lo hice por su bien. Los animales lo hacían para curarse, por lo que quise hacer lo mismo. Me incliné en aquella entrepierna abusada y sintiéndome totalmente como basura, limpié la sustancia blanca que escurría de entre sus labios vaginales con mi lengua. Unos leves gemidos me hicieron aliviar mi culpa por unos segundos.
    
    Fue en la ...
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