1. Diario de un Consentidor 171 Loq oqrrenla playa 1


    Fecha: 15/05/2019, Categorías: Intercambios Autor: Mario, Fuente: TodoRelatos

    ... volvéis a quedar?
    
    —A mediados de semana, supongo.
    
    Le costaba responder, ya habría ocasión de hablar cuando estuviésemos en la cama. Nadamos un poco, la notaba ensimismada; salí del agua y se quedó flotando. Esa iba a ser la tónica cada vez que se fuera con él, estaba hecho a la idea desde que aceptamos el trato. Llegué al cenador con la toalla sujeta a la cintura; el vermut se había aguado, la extendí en una hamaca al sol y fui a prepararme otro.
    
    —¿Me sirves uno?
    
    No la había oído entrar. La impresión cada vez que la veo desnuda no ha perdido ni un ápice de la fuerza que tuvo la primera vez, sigo reaccionando como si la descubriese de nuevo, como si no conociera su cuerpo al milímetro. Verla aparecer desnuda me fascina, me impacta, consigue despertar el deseo más salvaje. Se secaba el cabello camino de la escalera para subir a la alcoba. Qué culo, qué piernas.
    
    —¿Te vas a vestir?
    
    —¡No pensaba! —gritó desde arriba.
    
    Bajó con el cepillo en la mano tan desnuda como había subido, se acercó a coger el vermut y lo vi. Una marca rojiza en el cuello demasiado llamativa para ocultarla.
    
    —¿Has visto lo que te ha hecho? —dije rozándola. Bebió un sorbo.
    
    —Ya, es un bruto, enseguida encontró mi punto débil y lo estuvo atacando toda la noche. ¿Salimos?
    
    Se detuvo a medio camino y dio la vuelta para comprobar lo que le había parecido ver.
    
    —¿Así estamos? —Tenía una violenta erección, desanduvo el camino y me echó los brazos al cuello—. Dime: ¿cuántas veces te la has cascado?
    
    —Ninguna, he esperado por ti. ¡De verdad! —protesté, de un modo un tanto infantil, para borrar la incredulidad de su cara.
    
    Mantuvo un brazo amarrándome el cuello y bajó el otro para apoderarse de mi polla, la descapulló y aplicó un suave masaje al glande que me hizo desfallecer mientras me daba piquitos. Al acariciarle un pecho hizo un gesto de dolor y lo solté.
    
    —¿Qué te pasa?
    
    —Nada, se le enganchó la alianza en la bolita de la barra.
    
    —Déjame ver.
    
    —Está bien, me curó con Betadyne.
    
    Y volvió a dedicarse a mi polla y a mi boca, y yo volví a dedicarme a su cuerpo, pero la imagen de Gerardo afanado en curarle el pezón me perseguía.
    
    —Qué suerte tener a mano de todo.
    
    Lo supe antes de que dijera nada, lo supe por su mirada.
    
    —Nos lo trajo el escolta, tardó menos de diez minutos.
    
    —¿Estaba el escolta allí, con vosotros?
    
    —No, tonto, fuera, vigilando; le mandó a comprarlo.
    
    —¿Te… vio? —meneó la cabeza dándome por imposible.
    
    —Eso quisieras, que me hubiera visto. Vaya historia que has montado: el guardaespaldas en el dormitorio recibiendo instrucciones y yo, en pelotas, quejándome; ¡Ay, mi tetita, cómo duele! Y Gerardo metiéndole prisa; Venga, Pepe, vuela, ¿no ves que a la señora le escuece? Y Pepe, alelado, mirándome tirada en la cama tal y como vine al mundo. ¿A qué lo has imaginado así?
    
    Cómo le iba a negar que lo había clavado; sonrió triunfante
    
    —Pobrecito—entonó mimosa—, mira cómo se te ha puesto; si no estuviera tan cansada… —Me ...
«1...345...9»