1. Autopista


    Fecha: 09/04/2019, Categorías: Masturbación Autor: Bellota D I, Fuente: CuentoRelatos

    ... trabajo o un lugar público – por las películas que me hago en la cabeza, imaginando escenas obscenas con desconocidos –, tengo que hacer todos los esfuerzos posibles para pensar en otra cosa. Pero cuando sé que me puedo satisfacer, sentir que necesito estar penetrada se convierte en un placer. Y ahora, justamente, lo estaba disfrutando, jugando con dos dedos en la entrada de mi vagina.
    
    —¿Así te parece suficiente? —le pregunté a Diego mientras retiraba mis dedos de su boca y le acariciaba los labios.
    
    Me contestó sonriendo, sin que su mirada dejara el horizonte.
    
    —Creo que sí, tienes ganas... También creo que sabes aún más rico cuando te vienes.
    
    No le respondí nada, él sabía que estaba esperando que me pidiera masturbarme a su lado.
    
    A pesar de ser poco propensa al exhibicionismo, me gustaba que mis amantes me miraran al tocarme. Diego lo sabía, por haber sido un espectador entusiasta varias veces. Pasé mi mano por debajo de mi culo para agarrarme la concha por atrás, mientras los dedos de la otra pasaban uno tras otro por mi clítoris. Estaba jugando, como si tocara un piano empapado y brillante. Había levantado totalmente mi falda, y a Diego no le hacía falta más de una rápida ojeada para ver lo que hacía. Me animaba:
    
    —Quiero que te metas los dedos, haz como te gusta, como me lo enseñaste. Abre tus piernas lo más que puedas. Que te hagas venir así de abierta, como si entregaras tu concha a la pista.
    
    Le obedecí con gusto, metiéndome directamente dos dedos, con los pies apoyados en el tablero. Estaba cálida y chorreante. La sensación de mis dedos era rica y quería sentirme más llena. Me metí un tercero y pellizqué mi clítoris con mi otra mano. Un gemido que no conseguí contener se escapó de mi boca. La descarga eléctrica había sido instantánea y la onda de choque de mi orgasmo recorrió todo el cuerpo, irradiándose desde mi sexo.
    
    —Qué rico, carajo… Me encanta cuando te vienes —se alegró Diego.
    
    Lo volví a mirar, recuperándome de la violencia del goce. Seguía con la mirada fija hacia delante y con la sonrisa que tienen los malos en las películas, era una mezcla de satisfacción cruel y de excitación. Parecía que Diego tenía la capacidad de controlarme, que solo le hacía falta ordenarme que me venga, para que hiciese su voluntad tanto en su cama como en su carro. En parte era verdad, y me excitaba satisfacerlo de esta forma. Acerqué mis dedos a su boca, me había venido en ellos y, en el relámpago de los faros de un carro que cruzamos, vi que el chorreo de mi placer había llegado hasta mi palma. Diego lamió, lento y concienzudamente.
    
    —Y tú, ¿ya tuviste un orgasmo a 130 km/h? —le pregunté.
    
    —No, pero creo que me podrías ayudar para llenar esta laguna… y tu boca… mientras manejo.
    
    Tenía esa increíble chispa de lujuria que brillaba en los ojos, estaba totalmente loco y me encantaba. Me agaché hacia él y le besé suavemente el cuello. Mi nariz acariciaba el lóbulo de su oreja. Sentía su piel estremecerse bajo mis labios húmedos. ...