1. Expiación


    Fecha: 08/04/2019, Categorías: Dominación / BDSM Autor: ElRelatoDeCarlos, Fuente: TodoRelatos

    Expiación
    
    Entré a la habitación de la antigua casa de la colina. Él esperaba de pie, parecía impaciente, decidido. No aparentaba ser esos diablos de camisa blanca y chaqueta oscura. Era un hombre sin tatuajes, con canas y mirada dura. Llevaba la ropa que me solicitó: un vestido corto de tirantes, de flores, ropa interior blanca y zapatos cómodos. Maquillada. Él no dijo nada, me giró con brusquedad, abrió la cremallera de la cintura y el vestido cayó hasta los pies. Llevé ambas manos al pubis cuando quedé sin la prenda, avergonzada de mi propia visión. Me observa con esas miradas que te desnudan sin que puedas hacer nada. Se mete en tu cerebro y hurga a capricho en tus más oscuros deseos; te folla con la mirada.
    
    Me separó las manos para retirar las bragas. Mi sexo quedó al descubierto: rizos oscuros, vello sin depilar durante algún tiempo; él lo quiso así. Le siguió el sujetador. Por un momento, su mirada se ablandó con un exagerado interés por las marcas dejadas por el corpiño en mi piel. Pasó sus dedos por esas líneas eternas, imborrable recuerdo en cualquier mujer. Desnuda, la vergüenza fue pasando a impaciencia, ansias, excitación… miedo.
    
    La extraña otomana, con unas curvas imposibles para un asiento, dejaba mis nalgas expuestas. Me dejó boca abajo, abierta de piernas lo justo para sujetarlas con brazaletes por los tobillos; con las muñecas hizo lo mismo, las dejó bien amarradas a cada pata del asiento. Pasó una cinta tensada por mi cintura y me apretó más contra el asiento; otra por debajo de las nalgas de la misma forma. Quedé, de esta obscena forma, inmovilizada con dureza, pegada a la piel falsa de ese extraño mueble.
    
    «Puedes llorar, gritar, gemir… eres libre de todo eso, menos hablar…» es lo más extenso que me dijo. Mi cabeza quedaba por debajo de mi cuerpo, solo podía ver el suelo sucio, polvoriento y lleno de lágrimas. El olor a humedad invadía la habitación y a un fuerte hedor que me recordaba al sexo, al sexo sucio a animales copulando.
    
    Él tocó con la pala mis nalgas, solo una vez para sopesar la distancia. Cuando sentí que se despegaba de mí, tensé todo el cuerpo, clavé las uñas en los puños y metí el orgullo por mi culo. El sonido es peculiar: a carne jugosa sobre la tabla del carnicero. El dolor: insoportable. Me sentí desfallecer, que no podría aguantar ni un segundo más ese doloroso escozor, esa mordida intensa que dejó mis pulmones sin aire, grité, quise patalear, mover las piernas para que el dolor desapareciera, pero no podía. Las lágrimas recorrieron la menor distancia hasta la nariz, goteando, dejando un río de maquillaje oscuro.
    
    El siguiente azote fue aún peor, me hizo buscar en mi interior, debía encontrarlo o sucumbiría. Otro más, éste en la zona sin marcar que aún no estaba enrojecida ni hinchada, tensé tanto el cuerpo que creí romperme en dos. La pala de madera volvió con maldad, llenando su superficie con mi piel. Mi cuerpo se descontroló, comenzó a temblar, rogar para que pidiera clemencia. Lloraba ...
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