1. La tía de Pedro


    Fecha: 03/04/2019, Categorías: Confesiones Autor: doctor_morbo, Fuente: CuentoRelatos

    ... una sonrisa lasciva.
    
    –¿Puedo?
    
    Tenía la garganta demasiado seca para responder. Recostado hacia atrás, dejé hacer. Con dos dedos, tiró del cierre. Su mano buceó con delicadeza en el interior de mi bragueta. La sorpresa inicial se encendió con una sonrisa cargada de malicia cuando mi miembro completamente duro emergió de su encierro.
    
    –¡Mirá vos el tamaño de esta pija!
    
    Se escurrió debajo de la mesa. Con una mano me masajeaba la verga mientras la contemplaba como a una reliquia de oro puro. La reconoció con la punta de la lengua, caliente y suave. A la tercer lamida, mi glande estaba dentro de su boca y lo chupaba como al helado más refrescante del universo. Lo succionaba con devoción, los gemidos se mezclaban con las arcadas cuando el entusiasmo la hacía engullir más de la cuenta.
    
    –¡Al sillón! –ordenó, imperiosa.
    
    En la sala, espié en dirección a la puerta de entrada.
    
    –Tranquilo. Ese boludo seguro que está refregándose con la prima de Nahuel.
    
    Un empujón y reboté sobre el sillón. Se encaramó con mirada ávida y se quitó el vestido por encima de la cabeza, no llevaba bombacha y su entrepierna estaba caliente y mojada. Presioné contra mi cara esos pechos menudos. Con movimientos torpes, logré desabrochar el corpiño. Lamí con frenesí esos pezones de aureolas pequeñas y rosadas. Todo en esa mujer era pequeño y delicado. Con destreza se llevó una mano detrás, atrapó mi miembro y, con un gemido que me pareció contenido en la garganta durante mucho tiempo, apoyó el glande en la entrada de su vagina. Lo sostuvo unos segundos, gozando con la presión por abrirse paso. Poco a poco, disfrutando cada centímetro, fue descendiendo con los párpados entornados y los labios distendidos en una sonrisa satisfecha.
    
    –No creo que entre toda -protestó.
    
    Me aferré a su cintura, sus pechos rebotaban elásticos delante de mis ojos a medida que su cabalgata aumentaba el ritmo. Sus uñas se clavaban en mis hombros y sus dientes en mi cuello. Su cadera se movía adelante y atrás frenética, jadeando cuando mi verga le llenaba la vagina. Mi vello púbico se humedecía con sus jugos.
    
    −¡Qué hermoso, por Dios! Quiero acabar, ahora mismo.
    
    Echó la cabeza hacia atrás y su garganta en tensión dejó escapar un largo gemido. Se estremeció, tembló. Se desarmó como un ser cartilaginoso, la abracé por la cintura para atraerla y la embestí con fuerza entre los espasmos del orgasmo reciente. La apreté contra mí y, con un rugido prolongado, me vacié dentro de su concha empapada. Permanecimos así hasta que nuestras respiraciones se aquietaron. Se tiró el pelo a un costado y me miró con ojos relucientes, maravillados por el inesperado descubrimiento.
    
    −No quiero salir, no quiero -lloriqueó. Quédate adentro mío.
    
    Empujé una vez más y se estremeció entera, se mordió el labio inferior y hundió su lengua en mi boca. Se dejó caer a mi lado, miró el reloj sobre la chimenea y hacia la puerta. Apoyó ambas manos a los costados como tomando impulso para incorporarse.
    
    −Tu ...