1. La tía de Pedro


    Fecha: 03/04/2019, Categorías: Confesiones Autor: doctor_morbo, Fuente: CuentoRelatos

    Sucedió una tarde calurosa de noviembre. Nahuel, Pedro y yo necesitábamos terminar un trabajo de Geografía. Como era usual, su tía nos esperaba con un bizcochuelo de limón y una jarra de jugo de naranjas recién exprimidas. Entramos en torbellino y lo devoramos todo como langostas antes de desplegar los mapas. Norma, la tía de Pedro a la que todos los chicos querían conocer, o volver a ver, retiraba los platos, reemplazaba la jarra vacía por otra llena o traía galletas horneadas dejando, cada vez, una persistente estela de perfume. Esa tarde llevaba un vestido acampanado que insinuaba ese culo que tantos comentarios despertaba a espaldas de nuestro amigo. Nahuel y yo la espiábamos de reojo cada vez que se inclinaba sobre la mesa. Sus pechos eran modestos pero la piel suave los volvía tan excitantes que, a nuestros diecisiete años, provocaba una verdadera revolución debajo de la mesa.
    
    Nahuel no tardó en declarar que debía irse (siempre echaba mano del mismo recurso cuando la tarea se volvía tediosa) y Pedro se ofreció a alcanzarlo con su moto nueva hasta Monte Blanco. Mientras tanto, yo completaría el aburrido trazado de pueblos antiguos en ambos márgenes del Nilo. Llegaba a la frontera oeste de Egipto cuando Norma entró de nuevo, trayendo esta vez un plato con galletas. Una sonrisa asomó a sus labios y un brillo diferente relució en sus pupilas oscuras.
    
    Se sentó en la silla donde un rato antes había estado su sobrino.
    
    −Uno trabajando para todos. ¿Interesante?
    
    −Como cualquier clase de la Morandi –agregué al notar su expresión inquisitiva.
    
    –¿Puedo ver?
    
    Aspiré el aroma a manzana de sus cabellos y un cosquilleo violento sacudió mi entrepierna cuando posó casi sin querer su mano en mi muslo derecho. La dejó allí apenas unos segundos, los suficientes como para que mi verga se convirtiera en un bloque de piedra. Se incorporó y sonrió, sus pechos subían y bajaban bajo la tela morada. Una gota de transpiración se deslizaba perezosa a lo largo de su cuello.
    
    –No entiendo nada de todo esto –rio apoyando una mano en mi antebrazo.
    
    Me metí en la boca una galleta al sentirme estudiado por esas miradas de pantera. Volvió a la carga con un suspiro de calor.
    
    –¿Así que salís con Ángela?
    
    –Nos vimos un par de veces. Nada más.
    
    –¿Sabías que es mi ahijada? Es una buena chica y me cuenta muchas cosas.
    
    Me puse como un tomate, la conversación estaba volviéndose incómoda. El aliento de Norma olía a chicle mentolado. No me pude contener y dejé caer una mirada de deseo en el interior de su escote. Llevaba un corpiño rosa.
    
    –¿Querés saber qué me dijo?
    
    –Bueno… Sí –dudé y mi duda la divirtió.
    
    Se inclinó sobre mí como si fuera a hacerme una confesión y apoyó por segunda vez la mano sobre mi muslo, solo que esta vez un poco más arriba. Las puntas de sus dedos rozaron despreocupados mi bragueta a punto de explotar.
    
    –Me dijo que quedó muy dolorida.
    
    Su mano se posó suave sobre mi bragueta. Sus pupilas centellearon y sus labios dibujaron ...
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