1. Cuando le mostré mis pechos desnudos a mi hermano


    Fecha: 31/10/2019, Categorías: Incesto Autor: Mercedes, Fuente: CuentoRelatos

    ... a un animal joven, hambriento y mío y en que los dos nos dejábamos llevar por este juego diabólico que nos llenaba cada día de un deseo creciente.
    
    Y yo quedaba con los pechos dilatados y dolorosos, pero felices de saciar su boca cada día más anhelante de deseos prohibidos. Y en las noches, cuando frente al espejo recorría la mordida geografía de mis pechos, sentía que nada ni nadie me había dado nunca mayor felicidad intima que este secreto nuestro.
    
    Nunca me diría nada nuevo, ni me pediría otras caricias que no fueran las descritas. Mientras yo, ahora en una espiral de deseo de hembra excitada me dejara abrazar en mis noches por fantasías audaces.
    
    Él únicamente estaba haciendo realidad su deseo de mis pechos, como si un destete prematuro hubiese implantado en su mente esa necesidad que ahora satisfacía tan plenamente.
    
    Habría de ser yo entonces quien debería contenerse y estaba dispuesta a hacerlo para no romper el hechizo de nuestros encuentros.
    
    Hasta que llegó última tarde del verano y habríamos de volver a la ciudad.
    
    Ninguno de los dos quería hacer diferencia esa tarde. No queríamos admitir la separación, de modo que le ofrecí mis pechos como siempre con ansias de prolongar el disfrute cuanto pudiéramos.
    
    Lo sentí recorrerme como nunca, como si quisiera dejar improntada en mis pechos su máxima caricia y me sentí hervir cuando mis pezones eran azotados por su lengua y me sentí crecer en su boca de una forma desmesurada y mi cuerpo comenzó a latir como no lo había experimentado antes.
    
    Mis manos, que sostenían su cabeza entre mis pechos, comenzaron a impulsarla hacia abajo, recorriendo mi vientre desnudo, siempre hacia abajo, hacia ese centro que me latía desesperado, anhelante y solitario, hacia ese centro entre mis piernas que se estaba derritiendo, que manaba deseo liquido sin interrupción que se abría como una flor madura mostrando descaradamente sus hojas abiertas y calientes como labios impúdicos.
    
    Él no ponía resistencia alguna, con su boca pegada a mi piel entró en la zona de mi bosque, duro y espeso, sin detenerse, hasta que encontró el obstáculo en mi clítoris dilatado inflamado de deseo palpitante y supo que había encontrado su tercer pezón, el más duro, el más caliente, el más escondido, que lo estaba esperando sin yo saberlo desde el comienzo de nuestras tardes secretas.
    
    Y su boca ya diestra lo hizo suyo, sin detenerse un solo momento, sin negarle ninguna caricia ningún mordisco, ningún beso. Su lengua entrando y saliendo de mi para volver a besarlo y llevando el aroma de esos besos hasta mis profundidades que ahora eran suyas, sin que me lo pidiera porque yo se las estaba brindando de una manera brutal y hermosa, más hermosa en el momento en que sentía que me vaciaba sobre su boca hundiendo su cabeza en mí, para que nunca más pudiera hablarme de lo que deseaba porque yo se lo daría todo sin necesidad que él me dijese una sola palabra. 
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