1. Cuando le mostré mis pechos desnudos a mi hermano


    Fecha: 31/10/2019, Categorías: Incesto Autor: Mercedes, Fuente: CuentoRelatos

    ... encontrarse conmigo en la bodega y decirme lo que le pasaba, porque de esa manera se sentía embriagado por un deseo creciente, que mi silencio hacia crecer más aún.
    
    Me dijo que me miraba cuando yo me inclinaba y por el borde de mi blusa alcanzaba a percibir ese tajo profundo en el centro de mi pecho y que realmente sufría cuando mis pechos se levantaban y descendían por mi respiración agitada, allí en la bodega y que había encontrado uno de mis sostenes en el baño después de mi ducha y lo había besado y había puesto sus labios allí donde habían estado mis pechos y que seguramente yo sabía lo que a mi me pasaba en esos momentos, dándome a entender que se masturbaba habitualmente pensando en eso.
    
    Yo había podido comprobar eso, cuando al ordenar diariamente las ropas de su cama había observado las gigantescas manchas amarillentas que sus eyaculaciones ocasionaban y que me obligaban a cambiar en silencio sin contarle nada a mi madre.
    
    Fue así como llegó esa tarde de febrero, caliente y solitaria. Había un olor especial en la bodega, un olor de encierro seco y era esa hora de media tarde en que todo parece dormirse en el campo, en que ningún ruido llene el espacio y el tiempo parece detenido. Una hora de soledad.
    
    Cuando me buscó, no me encontró, porque yo estaba escondida tras unos cajones grandes llenos de maíz, pero él sabía que yo estaba en alguna parte. Había comenzado a hablarme lo de siempre, cuando yo le puse mi mano en la boca y él se quedó sorprendido.
    
    Fui abriendo con lentitud los broches de mi blusa mi sostén blanco quedó expuesto y pudo comprobar que efectivamente, como me lo había descrito, mis pechos parecían querer estallar dentro de esa prisión sutil.
    
    Entonces, con la habilidad de las mujeres maduras, llevé mis manos a la espalda y con un solo movimiento aparté los broches y mis pechos surgieron insolentes hacia la libertad llenando el espacio frente a sus ojos.
    
    No puedo olvidar la expresión de su rostro, el brillo de sus ojos y el ligero palpitar de sus labios.
    
    Se recuperó rápidamente de la sorpresa del regalo y sus manos extendidas acariciaron su anhelado tesoro, casi con temor de poder romper el hechizo, pero fue mi voz la que lo convenció que estaba en la realidad.
    
    Le dije que eran suyos, que yo se los regalaba, que podía jugar con ellos cuanto quisiera, que a mi gustaba que él los tuviese, que eso me hacía feliz.
    
    Entonces entró en la realidad y los acarició con vehemencia, los aprisionaba en sus manos, los recorría saltando de uno a otro, sosteniendo su gravidez, levantándolos y juntándolos apretando los pezones entre sus dedos mientras yo lo abrazaba para que pudiese tenerlos más cerca y para sentir el aliento caliente de su boca sobre mi piel pecadora.
    
    Y entonces vinieron otras tardes. Todas las tardes que restaban de ese verano. Esas tardes en que yo se los entregaba en cada momento, en cada rincón, cuando aprendió a mamarlos con delicadeza, a veces, y con furia otras, en que me sentí amamantando ...