Hermanas Esclavas - Relatos Eróticos

Hermanas Esclavas

... pierna, simplemente se alegraba de que su esclava disfrutase de esos momentos.

Adah creció. A los 18 años, sus propias tetas eran más que agradables, aunque no tan abundantes como las de Tia. Su piel de bronce brillaba con salud, su cabello oscuro caía en ondas lustrosas hasta la parte baja de su espalda y sus caderas se ensanchaban sobre un trasero bien redondeado.

Pocos conocían estos detalles, ya que sólo veían sus ropas ocultas y su velo en los actos públicos, pero los jóvenes que la adoraban escribían horribles poemas sobre su belleza, aunque la mayoría procedían de quienes buscaban ganar su dote más que la propia muchacha.

Sin embargo, su padre tardó en considerar su matrimonio. Adah era su favorita y se resistía a separarse de ella, aunque sabía que al final tendría que hacerlo. Consideró cuidadosamente las ofertas de matrimonio y Adah se preguntó qué le depararía el futuro.

Desgraciadamente, descubrió que le esperaba la guerra.

Los Señores de los Caballos de las estepas del norte, que durante mucho tiempo habían sido la plaga de las tierras orientales, sorprendieron a todos al volverse hacia el oeste en la campaña de primavera. Algunos se horrorizaron cuando saquearon la ciudad de Opara, con tanta rapidez que los sitiados ni siquiera pudieron enviar peticiones de ayuda antes de que la horda estuviese dentro de las puertas.

La horda conquistó la ciudad y sacó a sus hijas encadenadas para que sirviesen a los hombres como esclavas o llenasen de carne de mujer los mercados de esclavas de los puertos lejanos. El lejano Imperio y la Federación lo aprobaban, viendo a la horda como un irritante lejano, sin amenaza para su poderío, contentos de tomar el exceso de esclavas para pisar las tablas de sus siempre hambrientas subastas.

Las Ciudades-Estado eran mucho menos optimistas. Se empezó a hablar de una alianza, ya que las Repúblicas Independientes, los reinos, los sátrapas y otros dominios vieron la conveniencia de combinar fuerzas para que la horda no los arrollara de uno en uno.

Esto habría sido una charla de hombres distantes para Adah, por lo demás preocupada por sus perspectivas de matrimonio, si Tia no hubiese estado obsesionada con el avance de la horda.

"Todavía faltan semanas", le dijo Adah a su esclava, asumiendo el desconocido papel de consoladora de la habitualmente imperturbable chica mayor. "Los golpearemos con nuestro poder combinado mucho antes de que lleguen a nuestras puertas y dispersaremos a la chusma".

Tia no estaba convencida.

"Usted no conoce a los Señores de los Caballos como yo, Ama Adah", dijo Tia. Adah había intentado durante cuatro años que su esclava la llamase por su nombre y esto era lo mejor que había conseguido de la muchacha, siempre preocupada por no cruzar la línea que separaba a la esclava de la mujer libre por muy cerca que estuviesen.

"Son tenaces, en la guerra y en la codicia. Si quieren más victorias aquí, pasarán por encima de cualquier obstáculo para conseguirlas. Y ...