1. Me convertí en un sumiso castrado (parte 3)


    Fecha: 06/03/2024, Categorías: Dominación / BDSM Fetichismo Gays Autor: Anonimo, Fuente: SexoSinTabues30

    ... claras las normas antes de adentrarnos hacia su habitación: yo no podía caminar a dos patas, solo a cuatro, como un perro; solo podría beber y comer lo que él me diera en un plato en el suelo, sin utilizar mis patas; él mandaba y, en consecuencia, era quien tomaba todas las decisiones y yo no podía negarme a nada. Solo con decirme eso te conseguía que me ardiera la entrepierna.
    
    Minutos después, en la cama, cuando ya ardía en deseos de que me levantara las piernas y me la metiera hasta el fondo, le vi sacar la llave y dirigirse a mi entrepierna, pero le supliqué lamiendo sus pies y lloriqueando que no lo hiciera, que me mantuviera en castidad. Serio, me preguntó si lo decía en serio y cuando vio que así era, dió un resoplido excitado, se masturbó con fuerza y se lanzó hacia mi culo para follarme a prisa, dejando que fuera su polla quien me dilatara a su paso, en lugar de perder el tiempo con sus dedos.
    
    Mis gemidos, muy cortos a causa de su veloz penetración, se convirtieron en un grito. Ya no tenía el cuidado de la primera vez, follaba a tal ritmo que no me dolía ni lo más mínimo, sino que me destrozaba atravesándome con un rayo de placer que no hacía sino intensificarse y arrastrar mis gritos y mi cuerpo hacia el más allá, el Paraíso.
    
    Me puso bocabajo y situó sus manos sobre mi pecho, estimulándome los pezones el tiempo que me penetraba. Lo hacía despacio esta vez, en movimientos profundos y secos que terminaban con su cadera chocando con la mía y un grito de esa de dolor-placer que nos vuelve locos a los pasivos.
    
    De pronto me la hundió entera, clavándola y se terminó. Se había corrido. Sudoroso, me besó y se apartó, extrayendo el miembro ahora flácido. Como vio que yo no me había corrido, sonrío y me invitó a sentarme, con las piernas abiertas y las rodillas flexionadas. No contento con eso, me ató los brazos a la espalda. Pretendía enseñarme un modo alternativo de estimular a quien, como yo, se encuentra castrado.
    
    Su método consiste en golpear suavemente con la yema de los dedos mis testículos, pero no una vez, sino decenas, centenas, en movimientos constantes y repetitivos. El dolor fue desapareciendo y se convirtió en una extraña sensación. Sus dedos volvieron a mis pezones. Que yo me hubiera acostumbrado a esas sensaciones en los pezones no hacía que me resultaron menos excitantes o placenteros, sino todo lo contrario. Había aprendido a disfrutarlo.
    
    Sus golpes ganaron intensidad. Yo tenía los testículos más hinchados que en toda mi vida y empezaban a ponerse rojos y después un poquito morados. No dejaba de gemir. No sabía cuando terminaría aquello ni si sería capaz de correrme, y de repente fue como si me electrocutara. Arqueé la espalda, tuve un orgasmo lento y vívido, como si le costará salir de mí, y el círculo metálico expulsó chorros espesos de mi blanca leche.
    
    El hombre dejó de darme palmetazos en los huevos, me los lamió, pasando la lengua por encima para recoger el semen, y se fue a la ducha, dejándome atado ...