1. La fiesta de disfraces


    Fecha: 13/08/2019, Categorías: Infidelidad Autor: Tita, Fuente: CuentoRelatos

    ... con cornamenta, un short dorado que parecía biquini y unas botas cafés pintadas como pesuña. Cuando pasó a mi lado nos quedamos viendo muy impresionados ambos. Sentimos el llamado instantáneo. No obstante me hizo una seña de que lo esperara y entró a saludar a todos los presentes. Era muy conocido este chico de 25 años y, tanto a las damas como a los “caballeros” se les iban los ojos, y las manos a algunos, admirando lo marcado de ese cuerpo. Cuando se desafanó de todos, mi cuñado le dijo “busca a tu Ariadna” y él contestó “Sí, creo que ya encontré el hilo” y vino directamente hacia mí. No pude evitar saludarlo con un beso, mientras le acariciaba los vellos del pecho. “Soy Tita” le dije por saludo. “Yo soy Mauricio”, contestó acariciando mi pecho sin sombra de contención o recato. “¿Bailamos?” fue todo lo que dijo, tomándome de la cintura y las manos, sin esperar respuesta. Yo le recargué mi cola del disfraz en el brazo y dándole una vuelta la enrosqué como nudo. “Es para que no te me vayas a perder en el laberinto”, le dije. “Ya sé cómo entrar y no quiero salirme”, fue su respuesta y yo junté mi rostro al suyo. Bailamos y nos acariciamos. Lo invité a la cocina y de allí pasamos a un pequeño y solitario jardín trasero de la casa que comunicaba con el cuarto de servicio y las habitaciones de las mucamas. Cuando nos sentamos le acaricié las piernas y se las apreté para confirmar la misma dureza que la de sus brazos y abdomen.
    
    Mauricio veía con pasión mi pecho. “Entonces tu disfraz es de becerro hambriento, y yo que creía que eras el becerro de oro”, le dije tomando su barba para que me mirara a los ojos. “Sí, se nota que estoy hambriento, pero no sabía que había vacas rojas”, contestó antes de darme un beso que correspondí febrilmente mientras él me sacaba una teta. “Yo era una diabla, pero ahora soy vaca. Mama, becerrito”. Estuvimos manoseándonos buen tiempo, hasta que le saqué el pene, o no recuerdo si él se lo sacó. El tamaño de su miembro no era descomunal, pero lo traía bien hinchado. No aguanté más y se lo chupé. Él no dejaba de acariciar mis nalgas, metiendo su mano por el escote. No había manera de desnudarme allí para realizar lo que nuestros cuerpos estaban exigiendo. Me puse de pie y, tomándolo de sus grandes huevos, que yo esperaba que estuvieran bien cargados, lo jalé de allí para llevarlo a una de las recámaras de las sirvientas. Cerré la puerta con seguro, no prendí la luz, pero entraba por la pequeña ventana superior la luz del jardín trasero, donde también se escuchaba música, risas y conversaciones. Cada quien nos desnudamos, sin perder la vista del otro para admirar el banquete que nos daríamos. Sin ropa nos acercamos de frente para darnos un beso y fundirnos en un abrazo. Mis chiches cubrieron su pecho, su verga me embadurnó de presemen el ombligo y con nuestras manos recorríamos las nalgas del otro, o de la otra, según el caso.
    
    Caímos en la cama, que resistió muy bien el golpe y el ajetreo posterior. Sin dejar de ...