1. La fiesta de disfraces


    Fecha: 13/08/2019, Categorías: Infidelidad Autor: Tita, Fuente: CuentoRelatos

    Ya tenía yo unos 30 años cuando mi cuñado, dos años menor, hizo una fiesta de disfraces con motivo de “Hallowin”. Nuestras casas estaban un frente a la otra, sólo era cosa de cruzar la acera, allí vivían mis suegros, pero en esa fecha se fueron una semana a un estado del norte del país, de donde eran originarios, a festejar varios cumpleaños de los hermanos de mi suegra y el de ella misma, todos de octubre, incluidos sus padres. Seguramente el frío de enero tuvo que ver en sus costumbres. El caso es que la casa enorme, con seis recámaras, dos cuartos para las mucamas, a quienes también les dieron vacaciones, una sala enorme, comedor, cocina y cinco baños, quedó para el fiestero de mi cuñado. Varios de sus amigos y yo le ayudamos a limpiar, hacer los bocadillos, etcétera.
    
    Mi cuñado, hasta donde yo sabía, era bisexual y entre sus amistades había de todo. Seguramente una buena muestra de lo que hoy se conoce como la comunidad lésbico gay y anexas. Durante el día trabajamos mucho y me pegaba muy duro en las feromonas el olor del sudor de los demás. Me di cuenta que de vez en cuando se perdían algunos en las recámaras de la planta alta. Sólo la de mis suegros estaba con llave.
    
    El asunto es que en la noche acudimos Saúl y yo a la fiesta. Él, quien ni disfraz llevó, se retiró pronto, cruzó la calle dejándome allí, al cabo era la casa de sus padres y la fiesta de su hermano. Yo me hice un disfraz de diabla o súcubo o como se llamen, era un traje completamente rojo de, entonces, una nueva tela elástica y brillante. Incluí unas botas, una diadema con cuernos rojos, el pelo largo y suelto, una pequeña cola que no llegaba al piso, pero que, además, como toque de coquetería podía traerla sobre el brazo o darle vueltas con la mano. Aunque mis nalgas no eran grandes, sí tenían redondez, como mis piernas. La tela daba muy buena cuenta de ello, más en la parte superior donde estaba muy escotado por atrás (jalando la cola se podía ver la línea conde empieza el culito) y lo suficiente por delante para que el canal de las tetas resultara la entrada a lo caliente del promisorio Paraíso que quisiera asomarse por allí. Ya en la fiesta, me dediqué a apoyar a mi cuñado con el servicio, aunque cada quien podía servirse por sí solo.
    
    Mi marido estuvo junto a mí todo el tiempo que permaneció en la reunión y ni quién se me acercara. Sí se molestó un poco conmigo por lo atrevido del disfraz, pero ni modo, lo caliente (o lo puta, decía él) siempre se me notaba, aunque me vistiera de monja.
    
    Apenas pasaron diez minutos de que se retiró Saúl, ya era yo la chica más popular de la fiesta. No fueron pocos los que, desde atrás, me jalaron la cola y me susurraron alguna guarrada; ni qué decir de quienes platicaban de frente conmigo y, también en el baile, no podían levantar el rostro por estar ocupados viendo hacia abajo. Ja, ja, ja, sólo me acuerdo de ellos y me río.
    
    Lo bueno de la fiesta, para mí, fue cuando llegó un adonis disfrazado de minotauro, solo traía un tocado ...
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