1. Ya no quiero volver a casa


    Fecha: 23/03/2019, Categorías: Gays Autor: Gavin, Fuente: SexoSinTabues30

    Episodios anteriores de esta serie: (1) La suerte de una buena carta – (2) Los juegos que la gente juega – (3) Todo tiene su precio – (4) La dorada obsesión – (5) Ojos de serpiente.
    
    Aunque ya tenía experiencia sexual, a mis 13 años todavía no me sentía seguro para el desafío que me había propuesto Marcos, mi socio.
    
    Con Julián (17), con Lalo (50), con el masajista chino (?) y con el niño africano (13) mi papel había sido pasivo. Me había limitado a dejar que gozaran hasta saciarse de mi cuerpo de niño y lo había disfrutado. Ahora tendría que tomar la iniciativa.
    
    Durante las clases estuve desatento. Los profesores fueron pacientes conmigo, seguramente pensaron que seguía afectado por el escándalo de las fotografías sensuales (episodio 5: Ojos de serpiente). En realidad, yo estaba pensando en cómo preparar al otro chico –que no conocía- para complacer a un cliente también desconocido.
    
    Estaba tenso cuando llegué al departamento de Marcos. Mi socio bajó a abrirme la puerta.
    
    -Tu compañero de juegos ya llegó – me dijo sin entusiasmo.
    
    -¿Qué pasa con él?
    
    -Tendrás que verlo vos mismo.
    
    Al entrar vi al niño, acurrucado en el suelo. Aunque era guapo, su aspecto daba pena. Era muy delgado, lo habían rapado a cero y estaba sucio. Sus ojos negros me observaron con desconfianza. Parecía un animalito asustado.
    
    -Vive en la calle- me explicó Marcos, en voz baja- Su madre me dijo que si le iban a pagar, no haría preguntas. Están desesperados por dinero.
    
    -Pobre gente.
    
    Me agaché para estar a su altura: -¿Cómo te llamás, amigo?
    
    -Brian- dijo con un hilo de voz. Un ruido prolongado salió de su estómago.
    
    -¿Cuándo comiste por última vez?
    
    Lo tuvo que pensar.
    
    -Hace dos días, en el merendero.
    
    Le acaricié amistosamente la mejilla. Como si de un juego infantil se tratara, él también acarició mi rostro y sonrió.
    
    -¿Qué hacemos?- me preguntó Marcos, preocupado.
    
    -¿Cómo «qué hacemos»?¡Darle de comer!
    
    -¿Qué?
    
    -Te vas a comprarle algo de comida y yo me ocupo de bañarlo. ¿No tiene otra ropa?
    
    -Solo esos harapos.
    
    -No podemos dejarlo así. Hay que vestirlo.
    
    -¡Qué generoso está el príncipe! ¿Y lo pagás vos?
    
    -No tengo problemas.
    
    El niño nos observaba con curiosidad.
    
    -Está bien, está bien. Pero limpiá todo después. No me dejés la mugre ahí, “socio”.
    
    Cuando Marcos cerró la puerta le dediqué un gesto obsceno y Brian largó la carcajada. Preparé la bañera con agua caliente. El chico miraba sorprendido.
    
    -Nunca vi algo así – me dijo.
    
    -Ya no es tan común. En mi casa no tengo.
    
    -Yo no tengo casa.
    
    Lo dijo sin emoción. Como la bañera ya estaba casi llena, le dije que nos desvistiéramos. Se desnudó con naturalidad y rapidez. Me observó mientras yo me quitaba la ropa y la dejaba ordenada en una silla. Inesperadamente, estiró su brazo, me acarició el pene y sonrió con picardía.
    
    -Eso después.
    
    Entramos juntos al agua. Su cuello, sus orejas, sus rodillas y su colita estaban necesitados desesperadamente de una ...
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