1. Follar entre amigos (II)


    Fecha: 11/07/2019, Categorías: Gays Autor: JHG, Fuente: TodoRelatos

    Me costaba creer que lo que Alfonso me proponía fuera cierto, pero en mi estado de excitación no iba a perder ni un minuto en darle vueltas al asunto. Me deshice de la ropa y liberé mi polla, que apuntaba ansiosa hacia él. Sin ser lo que se dice grande, tenía grosor y longitud suficiente para dejar satisfechos a todos los que la habían probado. Mi colega señaló un cajón, en el que guardaba condones y lubricante. «Ve despacio, tío, que eres el primero», me dijo. Su cara empezaba a denotar inseguridad. Así que, antes de que se arrepintiera, quise que volviera a sentirse agusto.
    
    Lamí primero sus pezones, para después, y evitando rozar sus heridas, dirigirme a su preciada axila, aun empapada. Retuve ese olor potentísimo que me llevaba al éxtasis mientras descendía. Pasé de largo de su paquete y, levantando sus piernas, dejé a la vista su ano, palpitante y hambriento. Con mi lengua recorrí cada pliegue, recreándome primero en movimientos circulares, después intentando abrirme paso en su interior, anticipando lo que estaba por venir. Me preguntaba si era el primer beso negro que Alfonso recibía. Sin duda lo estaba gozando como si lo fuese. La cadencia de sus gemidos era cada vez más rápida. No sé decir el tiempo que estuvimos así. Varios minutos seguro. Una vez relajado su ano, lubricado y preparado, era momento de emprender la acometida. Fui enterrando mi glande en él, lento pero seguro, y lo hice mirándolo fijamente a los ojos. No iba a perder detalle de aquella experiencia; no todos los días desvirga uno a un tío hetero. Él también me miraba. Su mueca de dolor era innegable, pero no pidió tregua en ningún momento. Eso es lo bueno de los machos de verdad. Bien al contrario, asentía como animándome, mientras ahogaba cualquier grito de dolor mordiendo sus labios.
    
    Cuando quise darme cuenta, mi polla había desaparecido por completo entre la carne de sus nalgas. La mantuve quieta, bien enterrada, para dejar que se acomodara, y al poco comencé el vaivén. Estaba tan excitado que me costaba controlar la fuerza de las embestidas. Alfonso tampoco podía ya contenerse, y alternaba soplidos intensos con algo entre gemidos y tímidos gritos de dolor. No tardamos en volver a sudar. Me costaba sostener sus piernas (una de ellas escayolada) pero no podía parar. Propuse entonces cambiar de postura. Ayudé a Alfonso a incorporarse, quien lucía de nuevo una bonita erección, y apoyándose con los brazos en el escritorio y guardando el equilibrio como pudo con su pierna «buena», dejó otra vez a mi alcance su hermoso culo. Esta vez entré sin rodeos y hasta el fondo. Lo agarraba con fuerza, a veces de la cintura, a veces de los hombros, incluso del cabello, y él solo pedía que no parara, mientras con su mano ya se masturbaba. El escritorio se tambaleaba y crujía con la fuerza de las acometidas. No tardaría mucho en correrme a ese ritmo. Y así fue: comencé a soplar y a estremecerme, procurando no hacer ruido mientras descargaba dentro de Alfonso. Ya vacío y saciado quise ...
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