1. ¡¡Espero tanto que sí!!


    Fecha: 05/07/2022, Categorías: Incesto Lesbianas Sexo con Maduras Autor: Juan Alberto, Fuente: SexoSinTabues30

    Soy profesora de Inglés, mi nombre es Magdalena, tengo 29 años y bajo mi manto de seriedad y aptitud académica intachable, nadie jamás sospecharía que llevo masturbando a mi hija desde que era una bebita. Todo empezó en forma inocente a la hora del baño antes de acostarla a dormir. Cuando la limpiaba entre las piernas se quedaba quietecita y tenía algunos temblorcillos y mostraba una sonrisa divertida en su adorable rostro de nenita.
    
    Una tarde cuando apenas había terminado de limpiarla ahí abajo, me dijo:
    
    —Mami, hazlo otra vez …
    
    En ese momento me di cuenta de que estaba aprovechando esa parte del baño más de lo debido. No debí consentirla, pero lo hice. De ahí a poco, deje de usar la toallita para limpiar su coñito y lo hice con mi mano y mis dedos durante más tiempo del que una madre decente hubiera hecho. A veces con sus ojitos cerrados me tomaba la mano y me susurraba con esa vocecita suya:
    
    —No pares, mamá …
    
    Pude engañarme por un montón de tiempo de que no era lo que en realidad era, hasta cuando a sus siete años vino una noche y se acurrucó en mi regazo, tomo mi mano y la puso en su coño.
    
    Esto ocurrió hace unos meses, ya tiene edad suficiente para bañarse sola, pero parecía que le faltaban esos momentos nuestros tan íntimos y que yo también añoraba. No pude resistirme a darle a mi dulce niña el toque cariñoso que ansiaba. Siguió creciendo y continuó viniendo a mi para que sobara su conchita. Al principio lo hacíamos por sobre el pijama, luego sobre su piel tibia y desnuda. Con el tiempo se desnudaba y metía su coño cerca para que yo la dedeara y le hiciera esos inapropiados masajes. Sabía que no podía hacerlo delante de su padre, pero después de mi divorcio ella venía todos los días.
    
    En mi yo interno esperaba que una vez que llegara a la pubertad dejaría de hacerlo, pero no fue así, nuestros encuentros se hicieron cada vez más frecuentes. Pude experimentar como ninguna otra madre como mi hija se convertía en mujer, su primera menstruación, el crecimiento de sus globitos con diminutos pezones y sentí entre mis dedos el crecimientos de sus primeros vellos púbicos. A sus once años experimento el primer orgasmo genuino con abundante producción de fluidos. Me quedé sorprendida cuando ella se corrió abrazada a mi brazo moviendo su pelvis alocadamente. Pensé que eso pondría fin a todo, pero no ella quiso que lo hiciésemos más seguido y con mayor urgencia.
    
    Lo hacíamos prácticamente a diario y más de una vez al día, yo anhelaba esos momentos con ella tanto como ella. El día que me pidió que me quitara la ropa y me desnudara mientras la masturbaba. Fue un día largamente esperado. Aún recuerdo como si fuese ayer la primera vez que la abracé contra mi piel desnuda y sentí sus duros senos presionarse contra mis pechos maternales exuberantes, sentí como restregaba sus pezones contra mis tetas al momento de correrse, se corrió en mis brazos. Me pareció una traición el no decirle que ella se podía correr sola. Que la masturbación era ...
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