1. Todo por las tetas de mi hermana.


    Fecha: 29/11/2019, Categorías: Incesto Autor: Anonimo, Fuente: SexoSinTabues30

    Nuestra casa era pobre, la mitad estaba construida pero la otra mitad era de palo reciclado de casas ya tiradas. Pero esa es una ventaja cuando eres un mirón. Me gustaba espiar a mi hermana, de diecisiete años, que tenía unos jugosos melones muy bien puestos. No teníamos habitaciones privadas, de hecho, yo dormía con mi madre, tenía 10 años. Cuando mi hermana Constanza salía de ducharse, yo solía correr como gacela hacia el dormitorio común, desde donde se podía espiar. Ya tenía bastante práctica y estaba dispuesto a tocarme un poco (ya había comprobado que se sentía muy bien) mientras miraba. Qué morbazo tan rico ver esas tetas de areola grande y pezón oscuro. Ojalá pudiera chupárselas algún día. Ella entró y empezó a vestirse. Soltó el toallón y sus senos se liberaron en un juguetón movimiento de vals. Se me empezó a endurecer. ¡Ah…! Mi hermanota bella estaba alistando un sostén en sus manos, con otra toalla todavía envolviendo su cabeza. Si supiera que yo estaba ahí gozando de verle sus prohibidas tetas, tetazas de hermana. Estaba enpanties, nunca salía del baño sin ellos ya puestos. Su panocha seguía siendo un mito para mí. Peluche de hermana. ¿Algún día lo vería? Constanza se quedó congelada con la prenda en la mano, como si hubiere recordado algo repentinamente que le preocupó. Me quedé viendo y me paralicé de miedo, pues su siguiente movimiento fue clavar sus ojos directo en los míos, a través de los palos y los cartones. Salí corriendo a mi cama (de mi madre) a hacerme el dormido. Se me enfrío la sangre. Ya estaba imaginándome el escándalo y el escarnio, la vergüenza, la cantaleta, el señalamiento, la burla, etc, etc. Todo por esas irresistibles tetas.
    
    Al hacerme el dormido, con la cara metida entre las cobijas, mas por pena que por frío, tuve unDèja vú.Y el principal detonador fue que todavía tenía la pita medio-parada. Rocé con mi pequeño pene erectito las cobijas y eso me llevó de inmediato a un recuerdo muy sabroso:
    
    Yo estaba espiando a mi hermana, igual que siempre. Qué tetas turgentes (¿no le pesarán?) y qué panocha velluda, como para mamársela y que queden unos pelillos curvos que no me pueda sacar de entre los dientes en todo el día. Ella me descubrió. Me vio a través de los palos, pero no se puso brava ni nada. Solo sonrío como cuando un niño recupera las esperanzas, como cuando cree que ha perdido su más querido juguete pero de pronto lo halla en el fondo de un cajón. Así sonrió ella al sorprender mis ojos arrechos entre las ranuras. Cuando abrió bien los ojos y estiró la boca para mostrar los dientes de tal manera, me pregunté por qué nunca me había dado cuenta que mi hermana era tan bella. Era hermosa, ojona, ojiclara, mechuda y con sonrisa de presentadora de televisión. Además, me amaba, y esperaba que yo al espiara, por lo que la complació que en efecto lo hiciera. Corrí hacia mi cama y me hice el dormido, temiendo la vergüenza y todo lo demás. Pero ella se presentó en la pieza y me llamó por mi nombre: —Pedro ¡Pedro! ...
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