1. Mereces un castigo


    Fecha: 30/09/2024, Categorías: Dominación / BDSM Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    Mis amigos me llaman Nesto. El resto no importa. Pero si sientes curiosidad te diré que soy un tipo normal que se cuida. Tengo todo el pelo y aunque no estoy mal he de reconocer que ninguna mujer se daría la vuelta para mirarme si nos cruzamos en la calle. Tengo 35 años y llevo siete casado con Bea, una mujer bellísima y más puta que las gallinas.
    
    Me casé perdidamente enamorado de ella y creí que ella también lo estaba. Fui, o al menos lo procuré, un marido cariñoso y atento. Mi trabajo me proporciona un buen salario a cambio de una jornada de ocho horas sin necesidad de hacer horas extras ni tener que viajar. Un salario que permite que Bea no tenga necesidad de trabajar y pueda hacer lo que quiera durante todo el día.
    
    Hace un par de años me comentó que sentía la necesidad de trabajar. Hacer algo para no sentirse una rémora. Por supuesto yo la apoyé como siempre hice. Juntos buscamos ofertas de trabajo para ella y confeccionamos su currículum para que lo pudiese presentar con un mínimo de opciones. Finalmente al cabo de un mes encontró algo a media jornada en un despacho de abogados como telefonista y archivera. Yo también soy abogado y aunque podría haberle buscado sitio en el bufete en el que estaba, decidimos que no trabajaríamos en el mismo sitio. No ganaba mucho pero como decía ella, se sentía realizada. Ella era feliz, así que yo también.
    
    En la cama nos entendíamos de maravilla. Al menos tres o cuatro veces por semana caía un polvo o a veces dos. Yo era feliz y según Bea, ella también.
    
    Todo cambió una tarde cuando llegué del trabajo. Bea tenía un ojo amoratado y su gesto era de tristeza. Preocupado le pregunté qué había pasado y me dijo que había sido un estúpido accidente en la calle por ir pendiente del móvil. Por lo visto había tropezado con una farola y se había lastimado con la montura de las gafas. Por la forma del moratón me pareció extraño pero no dije nada aunque una duda comenzó a rondarme la cabeza.
    
    Desde ese día se volvió más distante. Estaba como distraída, siempre con gesto serio. Cuando llegábamos a casa siempre dejábamos el móvil sobre la mesita de la sala y nuestro nivel de confianza era tal que incluso usábamos el mismo pin para bloquearlo. Pero de repente su móvil se quedaba en el bolso. Un día lo cogí y probé. Tal como temía, había cambiado el pin. Yo empezaba a tener la mosca detrás de la oreja y me temía que tuviese un amante.
    
    Cansado ya de esa situación un día salí de casa como siempre. Pero en lugar de ir a trabajar llamé diciendo que me había surgido un imprevisto y que no podía ir a trabajar. No me pusieron problemas y me escondí en una cafetería desde la que veía el portal. Pedí un café y esperé. Poco después salió Bea, la seguí a distancia y vi que no iba en dirección a donde trabajaba. En lugar de eso a los diez minutos estaba esperando en la puerta de un hotel que tenía todo el aspecto de ser un picadero disfrazado de hotel. Me escondí para espiar y no tardó en aparecer un tipo medio calvo de ...
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