1. El Náufrago


    Fecha: 03/05/2024, Categorías: Hetero Autor: Lanre, Fuente: TodoRelatos

    Categoría principal: Histórico.
    
    El Náufrago
    
    Una vez más, el mar, en su inmensa divinidad, traicionaba a sus más fieles seguidores: Un puñado de avezados marineros, que según recordaba Diego, el novato de la embarcación, antes de partir, habían brindado en su nombre, como si a la virgen Maria le orasen. Desperdiciando un buen vino a la mar. Esperando ser recompensados con un viaje tranquilo y buenos vientos hasta “la China”.
    
    En cambio, las respuestas a sus plegarias fueron gigantescas olas, tan saltarinas y bravas como el ganado cimarrón que habitaba en el Litoral, en los confines del Imperio, en el hogar de Diego.
    
    Y es que la tierra que lo vio nacer, era lo que la aristocracia limeña denominaba tierra de indios y aventureros. Y tal vez, tenían razón. Él se consideraba uno. Cazaba metales preciosos. Además, no le huía a las peleas ni a los desafíos. Aun cuando estuviera en desventaja. Lo llevaba en la sangre de sus antepasados.
    
    En lo que iba de vida, una muy corta, Diego se había visto envuelto en varias escaramuzas, defendiendo lo que su padre llamaba: “Mi tierra”. Aunque los indios también la llamaban igual. Siendo así, las cosas se resolvían a punta de tiros.
    
    Un mercado. Flechas y balines se intercambiaban en el aire, en un ida y vuelta, como el regateo y los precios. Solo que no usaban dinero como intermediario, todo era más directo. Tanto que atravesaban el cuerpo de uno.
    
    La inminente tormenta le hizo recordar tiempos mejores. Es decir, cuando el hierro y la pólvora decidían quien vivía. Tantas batallas ganadas e iba a morir ahogado sin siquiera poder pelear. Era un trago amargo. Una aventura que terminaba sin más.
    
    Había sido un error cambiar el duro y estable suelo por el cambiante y traicionero océano. Aunque, según le habían dicho sus compañeros de mar, del otro lado de la cordillera, a menudo la tierra temblaba. Llevándose consigo pueblos enteros. Algo similar a lo que le estaba sucediendo.
    
    Eran fuerzas titánicas, las cuales, solo se las podía interpretar como voluntad divina. No se las combatía, solo se las aceptaba. Aunque el capitán del barco opinara lo contrario. No obstante, una vez el último de los tres mástiles se partió, él también se dio por vencido.
    
    Todos oraron, pero el dios misericordioso no estaba ahí. Únicamente había agua, mucha agua. Lo suficiente para tapar las estrellas. Y entonces, como en las termópilas, la oscuridad reinó, cegando para siempre a “Risco de Sirena”.
    
    A Diego, la nariz y los labios le sabían a sal.
    
    Se estaba hundiendo. Sin embargo, no ahogando.
    
    El frío caló hasta los huesos.
    
    A Diego, los oídos y los ojos se le colmaron de dolor.
    
    Se estaba llenando de agua. Sin embargo, no por donde era mortal.
    
    Nadó y subió, subió y nadó, hasta soñar con algo firme que lo mantuviera a flote. Luego se dejó llevar por la tormenta y por las olas, pero sobre todo, por el cansancio.
    
    Recordó el calor de una mujer… María Trinidad Malgor… Fue su fogata en aquella gélida noche de ...
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