1. El primo diácono


    Fecha: 29/07/2019, Categorías: Incesto Autor: Ishtar, Fuente: SexoSinTabues30

    En mi relato anterior señalé que nací en el seno de una familia muy conservadora y seguidora ferviente de nuestra religión y que entre los familiares hay sacerdotes, tanto por parte de mi madre como de mi padre, incluso con un tío obispo de quien todos estamos orgullosos.
    
    Nuestra familia es numerosa, además, todos los matrimonios acostumbraban a tener los hijos que Dios les diera. Cuando alguna quedaba embarazada, el secreto lo sabían sólo los cercanísimos y, si era un producto que pudiera avergonzar a la familia, la damita iba de vacaciones con su mamá o alguna tía a los Estados Unidos y a la semana ya estaba de regreso, a veces hasta con el himen restaurado.
    
    Sin embargo, poco a poco, las cosas fueron cambiando. Por ejemplo, a mi hermana mayor no le permitían tener un novio que era ateo y, además, sus padres se habían cambiado de religión. Mis padres no aceptaron los motivos y les prohibieron verse. Resultado: mi hermana se fugó y volvimos a saber de ella hasta que tuvo un crío y nos comunicó su dirección. Pero la mala voluntad de mi padre hizo que dos hermanas mías quedaran solteronas (una virgen y la otra triste porque no logró el embarazo).
    
    A mí me encantaba escuchar a mis padres haciendo el amor y me arriesgaba a acercarme. Mis hermanas hacían como que no oían, o tal vez no oían. pero a mí, las escenas donde apreciaba el palote de mi padre y el baile de las tetas de mi mamá, que daba cuenta que la penetraban con enjundia, me dejaban muy excitada, deseando el lugar de mi madre, y regresaba muy mojada a sobarme la cuquita y tintilarme el clítoris como si fuese badajo de campana (Le digo así porque me imaginaba que era una campana pequeña haciendo “tin”, “tin”).
    
    En la primaria, y más en la secundaria, aunque era de monjas, nunca faltaban las compañeras que “sabían” más, pero, por lo general era con experiencias de haber visto o tenido tocamientos con sus primos o hermanos. Desde muy niña, también tuve a mis primos entre los compañeros de aprendizaje sexual. Cuando jugábamos, me iba con los más grandes a esconderme, o me sentaba delante de ellos en las cebollitas, o, descaradamente, les sobaba el pene sobre la ropa. A quienes reaccionaban con erección o correspondían con caricias similares, los asediaba cada vez que nos veíamos, pero el asedio era mutuo y buscábamos estar solos y juntos para besarnos y morrearnos (aclaro que yo trataba de hacer lo que mis amigas “experimentadas” platicaban).
    
    Por la frecuencia con que nos veíamos, mi primo Diego, el mayor de los primos cercanos en vecindad, fue quien más asedio tuvo de mi parte, y fui correspondida. Él acudía al seminario, pero estaba a dos cuadras de ahí y el fin de semana estaba en casa. Con él, disfruté caricias en mi panochita, incluso las de lengua, pero también aprendí a hacerlo. Al pasar Diego al seminario mayor, nos veíamos menos, y nuestros juegos de amor eran pocos. pero intensos. Haciendo un 69, descubrí el sabor del semen, que apuré gustosa recordando el placer con el ...
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