1. Una historia de amor filial


    Fecha: 26/07/2019, Categorías: Incesto Autor: barquidas, Fuente: RelatosEróticos

    ... emergiera, sino que la “atacaba” con furor, con rabia, con desesperación. Sus ojos, absortos y sin ser capaz de apartarlos de allí, se fijaban hipnotizados en el desnudo cuerpo femenino que ante él se exhibía en tanto su mente había expulsado de la escena a Santos sustituido por él mismo. En su mente era su masculinidad la que estaba dentro de su madre y a él a quien ella cabalgaba cual fuera caballo salvaje encabritado; y era a él a quien le pedía “marcha”, “marcha” y más “marcha”; a él a quien le decía: “!Más, nene, más fuerte, más fuerte, más, más…!” Y su mano respondía: “¡Más fuerte, más fuerte, más, más, más… Mucho más!”
    
    Acabó en minutos, a tal grado de excitación había llegado… Pero ella seguía pidiéndole más y más y más; él la oía, la escuchaba pedírselo a gritos mientras se convulsionaba en espasmos de inmenso placer, placer que en la mente de él, era él mismo quien se lo estaba dando. Y su mano siguió atacando aquella barra de carne sin tregua, sin piedad alguna. Las eyaculaciones se sucedieron en el tiempo, siguiendo a aquella primera por lo menos una segunda en no tanto tiempo; y quién sabe si una tercera. Más, era bastante dudoso.
    
    La cabeza le daba vueltas y, de puro vidriosa, de su vista desapareció hasta el cuerpo de su madre que, ignorante a que su hijo la veía, a que su hijo se estaba masturbando con la vista clavada en ella, seguía gritando, aullando, reclamando más placer al Santos que, como Daniel, desfallecía roto por aquella fuerza sexual de la Naturaleza, verdadero monstruo “desfacedor” de machos humanos.
    
    Daniel por fin se tambaleó y cayó hacia atrás. No se partió la crisma porque tras él se asentaban varias pacas de paja que le acogieron solícitas. Medio mareado, medio desmayado pasó dos-tres minutos, casi sin poder respirar, con el corazón en la garganta y las pulsaciones ni se sabe. Fue recuperándose, se incorporó y se sentó en el bulto de paja que le acogiera. Los aullidos de su madre habían cesado y sus ojos la vieron, los vieron a los dos tendidos sobre la paja que les sirviera de colchón, juntitos, besándose y cuchicheando. Ella, para no desmerecer, atendía solícita la “tranca” del Santos, como si quisiera vivificarla. Se dijo que, al parecer, aquello tendría segunda parte.
    
    Del anterior enardecimiento ya no quedaba nada… Ahora en él sólo había odio. Odio hacia ella, más odio que nunca. Y odio hacia sí mismo. Se odiaba, sí, se odiaba; e infinitamente más que a ella, a Elena, pues desde esa tarde el término “madre” abandonó su diccionario. Se odiaba, se maldecía, se despreciaba… “¡Miserable, pervertido! ¡Incestuoso!” se decía, se acusaba a sí mismo.
    
    Se levantó por completo, se subió calzoncillo y pantalones y, tambaleándose aún, abandonó el barracón tan silenciosamente como entrara. Ya fuera, se le revolvió el estómago en un mar de arcadas y corrió hasta un árbol próximo donde vomitó. Vomitó abundantemente, como si llevara almacenado en el estómago todo cuanto en él entrara desde que nació. Incluso tuvo ...
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